agosto 21, 2008

Cofradías de "negros bozales" en la Colonia

Según Robert Stevenson (Early peruvian folk music. Journal of American Folklore, abr-jun 1960, vol. 73, N° 288, p 117) , el siguiente texto pertenece a José Rossi Rubí, Vice-Presidente de la Sociedad Amantes del País, quien muestra inquietudes etnográficas hacia un grupo humano totalmente excluído del bagaje de representaciones culturales de la sociedad colonial. Gracias a su testimonio, aunque parcial y etnocéntrico, tenemos atisbos de lo que fué la adaptación cruel al nuevo medio por parte de los pueblos africanos traídos a esta parte de América, y también la persistencia de su memoria ancestral. Se refiere a negros bozales (nacidos en Africa) que no hablaban el castellano, o apenas lo hacían, y que fueron diluyéndose a medida que la práctica esclavista desapareció formalmente en el siglo XIX. La mayor parte de esclavizados en el Perú provenían del Caribe y Centroamérica, o bien de la misma España, es decir, los "negros bozales" no fueron porcentaje mayoritario. En "Un palenque llamado Lima" de Francisco Quiroz, se ofrece información sobre los porcentajes de la presencia negra en Lima colonial y en el Virreinato en general.
El texto muestra algunos instrumentos que siguen vigentes hasta hoy, como la quijada de burro. La clara referencia al uso de tambores demuestra que la población afroperuana sí desarrolló membranófonos, pero que por alguna razón fueron quedando en desuso. Otros dos instrumentos que la población negra tocó al menos hasta el S. XIX fueron la
marimba y el arpa.
Las imágenes pertenecen al Códice Trujillo del Perú, es decir, a la costa norte y no precisamente a Lima colonial, pero son de la misma época (fines del S. XVIII).
La transcripción es al castellano actual, sin variar la gramática ni el significado. Para hacer las constataciones necesarias el original está aquí.
//marcela cornejo

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Fuente:
Mercurio Peruano
Lima, 19 de junio de 1791, N° 49, ff. 120- 125
Sociedad Amantes del País

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Conclusión del rasgo sobre las congregaciones públicas de los negros bozales
José Rossi Rubí


Negro - Códice Trujillo del Perú - Lám. 43Todas las Juntas insinuadas que empiezan con el paliativo de la religión, conducen a otras que son de puro entretenimiento. En diferentes calles de la ciudad tienen los negros de quienes tratamos, unos cuartos como hospicios (a los que dan el nombre de Cofradías, y son 16 en todo) que forman el centro de sus reuniones los días de fiesta. Cada tribu disfruta con separación uno de estos lugares para sus congresos, y las que son numerosas tienen dos o tres de ellos. Con la oblación voluntaria de los concurrentes, compran el sitio para labrar los dichos cuartos, por cuyo goce no pagan más que un leve censo.

El caporal de cada nación es el Presidente de las Juntas, y en ellas guardan la más rigurosa etiqueta en cuanto a la prelación de los asientos que se arreglan inalterablemente por órdenes de antigüedad. Los negros bozales tolerantes en el recio trabajo de los campos, casi indiferentes para la buena o la mala comida, poco sensibles a la dureza del castigo, e intrépidos hasta en la proximidad del cuchillo y de la horca, estos mismos no pueden sobrellevar una injusticia o un descuido en línea de preferencias. Ocupar un palmo de terreno más arriba o más abajo decide de todas sus satisfacciones o desconsuelos. En vista de estos contrastes, parece que la opinión disputa el influjo a la naturaleza, y que a veces aparenta una fuerza mucho más poderosa. Hay hombres que sufren con paciencia la hambre y la desnudez, duermen tranquilos sobre unas miserables tarimas, se privan sin dolor de todo lo más dulce y consolatorio que ofrece la sociedad en sus vínculos civiles, y luego tiemblan, lloran, se confunden y pierden el juicio, si en un encuentro casual les tocó la izquierda más bien que la derecha, si algún sujeto profirió su nombre sin el agregado de un epíteto lisonjero, o si otro combinó las letras del alfabeto de éste o de aquél modo cuando se ofreció caracterizar su nombre. Esta es una especie de manía que ha penetrado hasta los últimos retretes destinados a la humildad, la paciencia y el desengaño. Los que padecen de esta dolencia deben avergonzarse, viéndose en un mismo paralelo con los negros bozales, y cubiertos de la misma ridiculez.

A las dos de la tarde regularmente empiezan los congresos ya citados. La primera hora de reunión la emplean en tratar lo que conviene al beneficio de su nación, en arreglar las contribuciones, en producir y decidir las quejas que se ofrecen entre casados & c. Los caporales dan cuenta a la tribu de la inversión que han dado a sus erogaciones y proponen el destino que van a dar a lo que ha sobrado. Lo que ofrecen de interesante estas sesiones para un observador filoso [sic.] es la imponderable formalidad con que los jefes y los súbditos asisten, opinan, escuchan y obedecen. El hombre no conoce a fondo su dignidad sino cuando los enlaces y dependencias de la sociedad lo ponen en situación de compararse son sus semejantes. Entonces empieza a formalizar su carácter, a respetarse a sí mismo, y formar de su ser una idea más ventajosa de la que tuvo mientras vivió en compañía de las fieras, de los cerros o de las selvas.

También es admirable la rapidez con que los negros pasan de un extremo de severidad a otro de gritería, bulla, y desbarro. Acabada la hora de consulta se ponen a bailar y continúan hasta las siete o las ocho de la noche. Todas las paredes de sus cuartos, especialmente las interiores, están pintadas con unos figurones que representan sus reyes originarios, sus batallas y sus regocijos. La vista de estas groseras imágenes los inflama y los arrebata. Se ha observado muchas veces que son tibias y cortas las fiestas que verifican fuera de sus cofradías, y lejos de sus pinturas. Estos bailes a la verdad, no tienen nada de agradable, además de ser chocantes a la delicadeza de nuestras costumbres. Cuando danza uno solo, que es lo más común, salta en todas direcciones indistintamente, se vuelve y revuelve con violencia y no mira a parte ninguna. Toda la habilidad del bailarín consiste en tener mucho aguante, y guardar en las inflexiones del cuerpo el compás, con las pausas que hacen los que cantan alrededor del círculo. Si bailan dos o cuatro a un tiempo, primero separan los hombres en frente a las mujeres, haciendo algunas contorsiones ridículas y cantando. Luego se vuelven las espaldas y poco a poco se van separando. Finalmente hacen una vuelta sobre la derecha todos a un tiempo y corren con ímpetu a encontrarse de cara los unos y los otros. El choque que resulta parece indecente a quien cree que las acciones exteriores de los bozales tengan la misma trascendencia que las nuestras. Este simple y rudo ejercicio forma toda su recreación, su baile y sus contradanzas, sin más reglas ni figuras que las del capricho. Pero al fin, ellos se divierten, y acabada la fiesta se acabaron sus impresiones. ¡Ojalá nuestros delicados bailes a la francesa, a la inglesa y a la alemana, no trajesen consigo más consecuencias que las del cansancio y de la pérdida del tiempo!. A lástima es que las más veces son el vehículo de las intrigas amatorias y el centro de las murmuraciones.

Ya hemos dicho que la música de los bozales es sumamente desapasible. El tambor es su principal instrumento, el más común es el que forman con una botija o con un cilindro de palo hueco por dentro. Los de esta construcción no los tocan con baquetas, sino los golpean con las manos. Tienen unas pequeñas flautas que inspiran con las narices. Sacan una especie de ruido musical golpeando una quijada de caballo ó borrico, descarnada, seca, y con la dentadura movible; lo mismo hacen frotando un palo liso con otro entrecortado en la superficie. El instrumento que tiene algún asomo de melodía es el que llaman marimba. Se compone de unas tablitas delgadas y angostas, ajustadas a cuatro líneas de distancia de la boca de unas calabazas secas y vacías, aseguradas éstas y aquellas sobre un arco de madera. Tócase con dos palitos como algunos Salterios de Bohemia. El diámetro de las dichas calabazas que vá siempre en disminución, lo hace susceptible de modificarse a las alternativas del diapasón, y no deja a veces de rendir un sonido tolerable aún para los oídos delicados. Por lo demás, debemos confesar que, en la música, en el baile, y en otras muchísimas relaciones dependientes del talento y el gusto, muchísimo más atrasados están los negros en comparación de los indios, que los indios respectivamente a los españoles.

Cuando muere algún caporal, hermano veinte y cuatro, o las mujeres de éstos, se junta la tribu respectiva en los cuartos de sus congregaciones y allí velan al cadáver. El aparato fúnebre de esta función es un testimonio irrefragable [sic.] de que el bozal no muda de corazón como de país, pues mantiene entre nosotros y oculta hasta el sepulcro su superstición y su idolatría. Supuesto que no puede amar a un país en que arrastra una vida tan infeliz, ¿cómo no aborrecerá todo lo demás que contribuye a vincularlo? ¿cómo adherirá a la creencia de quien lo oprime? ¿cómo elevará su alma hasta la contemplación de nuestros sublimes misterios este miserable que se vé precisado a vivir con los ojos y con el cuerpo clavados en la tierra, y que por lo regular muere sin llegar a entender bien nuestro idioma?
Cuatro velas de cebo alumbran la pieza del velorio, los hijos del difunto se sientan a los pies del férretro, y los parientes a los lados, apostrofando de tiempo en tiempo al cadáver. Los condolientes saltan y dan vuelta alrededor, parándose algunas veces para murmurar en voz baja algunas preces según su idioma nativo y sus ritos. Cada concurrente obla medio real para los gastos del entierro y para comprar la bebida que se reparte. Esta es por lo común guarapo (1), algunas veces suele ser aguardiente. Antes de beber, arriman la copa llena a la boca del cadáver, y le dirigen una larga conversación como para convidarle. Supuesta su libación, pasan el mismo recipiente a los dolientes más inmediatos, y de éstos se transmite hasta el último, guardada siempre la misma escrupulosidad en la preferencia, según el rango de antigüedad de cada uno. Al fin, bebiendo, cantando y bailando, acaba esta función que habían empezado con seriedad y con llanto.

Nuestras etiquetas del duelo de los estrados, de los lutos de familia, del retiro por un determinado periodo de días, de los gastos superfluos & c. [sic.] asemejan nuestros funerales al de los negros, y los hacen igualmente defectuosos, aunque por un camino enteramente opuesto.

Cuando la viuda de alguno de los que lograron la distinción de ser caporales de la tribu quiere contraer segundas nupcias, es preciso que haga constar a toda la asamblea el amor que profesó en su difunto marido y el duelo que hizo por su pérdida. El día que llaman de quitaluto llevan a la viuda en silla de manos desde su posada hasta la cofradía. Entra llorando, y si no sabe sostener bien el papel de afligida, se expone a que la castiguen con azotes por el criminal defecto de ser indolente. En el acto de su ingreso degüellan un cordero sobre alguno de los asientos de tierra que tiene el cuarto. Hacen este sacrificio a los manes del difunto, de cuya memoria vá a despedirse la novia. Esta presenta en una salvilla de plata los zapatos que durante su viudez ha envejecido y roto. Después de estas ceremonias se verifican los preliminares civiles del casamiento, y todos los co-hermanos se esfuerzan en obsequiar a los recién casados con licores y comestibles de todas clases.

Cuando vuelve a contraer esponsales un viudo, no se observa ninguno de estos requisitos. Dicen los bozales que "en un hombre es mengüa mostrar dolor por la muerte de una mujer, cuando por una que se pierde se encuentra ciento..." Si en algo se conoce que son bárbaros estos miserables, es en la adopción de esta máxima inicua. No piensan así los hombres sensibles y justos. Entre nosotros hay quien cree que toda la dilatada vida de un patriarca antidiluviano es insuficiente para llorar la pérdida de una buena esposa.

Las demás concurrencias que suelen formar los negros son menos interesantes, ya por la semejanza que tienen con las ya descritas, o ya por ser análogas a las nuestras. Esta pintura trivial que hemos dado de sus recreos y preocupaciones públicas, puede servir para ilustrar la historia del hombre, y extender las nociones que tenemos sobre las sociedades de los moradores del Perú en general, y en particular de estas castas que forman entre nosotros un tercer estado. El conocimiento de sus inclinaciones y defectos, debe interesar a los curiosos por lo extraño de sus principios, y a los políticos, porque les proporcionan unos datos seguros para sus combinaciones. Nos hemos permitido algunas aplicaciones y corolarios, no tanto por amenizar la materia, cuanto por conocer que son inútiles todas las ideas de la filosofía y las relaciones de la historia, si no las dirigimos por comparación al conocimiento y utilidad de nosotros mismos.

Detalle de lámina "Danza de Diablicos" (Codice Trujillo del Perú - Vol. II, E-145 - 1782-85)
Cada personaje ejecuta un pequeño cordófono, quijada de burro y cajita, respectivamente.
Danza de Diablicos - Codice Trujillo del Perú (detalle) - lám. 145
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(1) De esta bebida así como de otras peculiares del país, daremos una noticia analítica cuando publiquemos el Diccionario de voces provinciales , en cuya formación estamos entendiendo.


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Audio

Yo no soy jaqui - Manuel Donayre
Autor: Carlos "Caitro" Soto de La Colina
Album "The soul of black Perú"

subido por hugo barbagelata




Señó yo no soy jaqui
Casa Blanca, tampoco
Matalapó, tampoco
Villarona, tampoco

Así es mi color, esta es mi raza señor (coro)
Señó yo no soy jaqui
Casa Blanca, tampoco

Este negro se ha perdido, nadie sabe de dónde es
yo creo que de Acarí, este negro llegó aquí

De Cutucán, tampoco
Casa Blanca, tampoco
Matalapó, tampoco
Villarona, tampoco

Así es mi color, esta es mi raza señor (coro)
Señó yo no soy jaqui
Casa Blanca, tampoco

Este negro se ha perdido, nadie sabe de dónde es
Yo creo que de Acarí, este negro llegó aquí

De Cutucán, tampoco
Casa Blanca, tampoco
Matalapó, tampoco
Villarona, tampoco

Ay de San Luis, eso, eso si....

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Enlaces


Un palenque llamado Lima - Francisco Quiroz
Los afroandinos de los siglos XVI al XX - UNESCO

El festejo - Juan Criado y Lito Gonzales (1967)