enero 15, 2008

Cafés y bares en la Lima de siempre




el Palais Concert


Lima ya no es la ciudad del Palais Concert, ahora tenemos una nueva Lima, abigarrada, neo-barroca, inabarcable, desbordada, tantas veces desconcertante. Desde hace décadas, la gran mayoría de voces emergen para rezar triunfales responsos sobre esa Lima aparentemente engreída y frívola, mimada de la Colonia, responsable de tantas promesas incumplidas de este país -hasta cuándo- adolescente.


"Autoridades" en materia cultural sentencian que las olas migratorias (que en realidad se inician antes de la época de Valdelomar y LAS) y sus fórmulas estéticas son el nuevo derrotero. Si bien es cierto que hay un enorme caudal de propuestas culturales surgidas del pueblo, que crea a partir de su matriz cultural con gran belleza y dignidad, hay también desde los medios de comunicación -que en su gran mayoría no son sino industrias con fines de lucro que ensalzan el individualismo y la lógica capitalista para el arte-, modas fabricadas bajo el título de "folclor" para enajenar, aturdir, manipular, y empobrecer el espíritu y el sentido crítico de las personas. Como sabemos, esto muchas veces está ligado al factor político.


Creo que es necesario asumir que no somos mestizos homogéneos, somos diversos, coloridos, cada cual en su propia alquimia, cada cual en sus sueños íntimos y legítimos. Se hace necesario aprender a convivir en tanta diversidad, a respetar las diferencias, a asumir un pacto social mínimo de orden y ley, y sobretodo, necesitamos conocer, amar y respetar esta ciudad en sus luces, en sus sombras, en su historia, reconocerla, aprender de ella, y darle también de lo que somos, no para conflictuarla más sino para mejorarla. Ojalá se logre.

//m. cornejo




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Fuente:
Valdelomar o la "Belle Epoque"
Luis Alberto Sánchez
Lima : Inpropesa, 1987, 3ra ed., 460 p. (pp. 166-174)
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X. Intermezzo Primero

El Palais Concert: Té, frivolidad y literatura (1914 - 1916)




Lima era a comienzos de siglo una verdadera "gran aldea", como Lucio V. López llamó a la Buenos Aires de 1890. Cualquier suceso, por trivial que fuese, con que sólo se apartara en algo de la rutina, provocaba oleadas de sorpresa, admiración y ataques. Bastaba que veinte personas resolvieran hacer una revolución para que, como el 29 de mayo de 1909, se apoderasen del palacio de gobierno y del presidente de la república. Los bailes sicalípticos de "La Nicasi" y "La Tarifeña", a los sones de "La Pulga", en la carpa del Cine Pathé, causaban tempestades, así como el beneficio de tiples ligeras como Emilia Colas, Columba Quintana y otras. La lucha entre el avezado y pequeño león Nero y un noble toro de la ganadería "Caballero" de don Federico Calmet; la coronación de José Calvez como poeta de la juventud; la llegada de Juan Bielovucic; la instalación de las juntas preparatorias del Congreso de 1911; las conquistas entre bastidores del doctor Manuel Bernardino Pérez; la exhibición callejera de una mundana francesa, Lily Brown, importada ostentosamente por Carlos Olavegoya Kruger; los fecundos amoríos de Agustito Leguía Swayne con la bailarina española "Marinerita"; todo era motivo de estupefacción y escándalo.

Los más activos mentideros estaban, como siempre, a lo largo o en las inmediaciones de la calle principal, o sea, en el Jirón de la Unión. Me parece ver algunos de ellos: Empezando por la plaza de armas, en un portal atraía el jardín Estrasburgo, en donde mucho más tarde se iniciaría el desnudismo coreográfico con el Ba-Ta-Clán chileno, llegado en 1924. En el otro portal, el de Botoneros, la Confitería Marrón, que más tarde tomaron los hermanos Grellaud convirtiéndola en cine-confitería. En la esquina de Bodegones y Villalta, como hasta hoy, el centenario Hotel Maury, su patio interior y su cantina eran rincón favorito de políticos y hacendados de provincias, sobre todo a mediodía, A cincuenta metros del Maury, en Plateros de San Pedro, la Confitería Nove, perteneciente a un suizo-francés, emprendedor y ahorrativo. Al frente, el Café Dorado, nido de toreros y periodistas. Cien metros más allá, en Plateros de San Agustín, se abrían la sucursal de Broggi y el Café Péndola, refugio preferido de escritores, estudiantes y empleados de medio pelo.

Alineados en el Jirón, lucían sus olorosas y provocativas vitrinas la Botica Francesa y la fuente de sodas Leonard, ante cuyo mostrador montaban cotidianamente dos horas de guardia Clemente Palma y José Gálvez, José Patroni y Julio A. Hernández, es decir, la gente de Variedades y La Crónica, cuya imprenta estaba instalada al frente. Coincidían todos ellos en ese lugar para platicar con el gerente de Leonard, Manuel Castillo, sobre las proezas de Piérola, el caudillo recién fallecido. Todo aquello estaba en la calle de Mercaderes. En la siguiente, la de Espaderos, se hallaba la Confitería de Broggi y Dora, y sobre la misma acera, la [confitería] de Klein; en esa misma cuadra quedaban varias tiendas de ropas y adornos para damas y caballeros, todas de origen europeo: "La ville de París", "La ville de Lyon", "The Smart", "La Samaritaine"; luego, la Botica Inglesa y la Camisería Española de García.

Don Pedro Broggi y don Nicolás Dora eran ciudadanos suizo-italianos. Klein era un francés fronterizo, que adquirió el establecimiento en traspaso de manos de otro francés, Baudrot, y se lo trasfirió a Louis Chavet, también de Francia. La Confitería de Broggi y Dora reunía, según las horas y los días, a diputados, periodistas, escritores, financieros, mundanas de alto rango y toreros de cartel. Luis Varela y Orbegoso y la gente de El Comercio solían acudir a la cantina de Broggi a beber el matinal cocktail de fresas y el bitter batido de su especialidad; de noche, el sabroso chocolate con tostadas. Valdelomar, Alejandro Ureta, el "Cholo" Meza, Carlos A. Romero (tres generaciones diversas) constituían uno de los núcleos que presidía don Pedro Broggi con sus bigotazos grises y llovidos y su discreta calva que contrastaba con unas cejas densas como guardacartones.

Sin embargo, hacía falta una gran confitería como las de Buenos Aires, Montevideo, Santiago y... París. Lima requería su "Café de la Paix", su "Copper kettle", su confitería de "El Molino" o "Del Águila", o de Palet. Algo vasto, alegre, sonoro y nuevo. Aquel anhelo se concretó el año de 1913, al inaugurarse, en la esquina de Baquijano con Minería, una enorme confitería, toda ella luciente de mamparas, escaparates, espejos, lámparas, música y sabroso olor a chocolate, vainilla, jengibre, canela, café y gin. Allí se encontraron para lanzarse a la reconquista del espíritu del Perú, los futuros "colónidas", los niños góticos, la crema juvenil, formada en San Marcos, Guadalupe, La Recoleta, los jesuitas y... el fumadero del chino Aurelio, en la calle Hoyos.

Tratando de reconstruir mis propios recuerdos y experiencias, fui habitué del Palais desde 1916 en que salí del colegio hasta 1930 en que quebró el establecimiento. Ocuparía unos veinticinco metros de fachada sobre Baquijano con unos treinta de fondo, sobre Minería. Constaba de dos salas para el público, más la confitería y el bar. En la sala grande había unas ochenta mesas de metal, pintadas de blanco, con cuatro sillas de mimbre cada una; en la sala menor, unas veinte mesas. Las paredes eran de espejos según la más acrisolada tradición art nouveau. Entre la sala grande y la chica, dominándolas, se levantaba una plataforma casi aérea. En ella actuaban las "damas vienesas", o sea, un septeto de señoras rubias, sonrosadas, gordas y sonrientes que interpretaban valses vieneses y lieds germánicos a piano, violín, cello y contrabajo. Una de ellas, Frau Erlich, que tenía un tipo rubio y ojiazulada como una gretchen, era madre de una muchacha que fue mi alumna en el Deutsche Schule, pero eso ocurrió muchos años después.

Bajo la plataforma, sentado en posición de poder contemplar a las "vienesas", solía pasar largos ratos un artista alemán pelucón que se apellidaba Grimm. No recuerdo si era pintor o violinista. Deliraba por Schumann y por una de las damas ejecutantes. Valdelomar solía charlar larga y animadamente con él. Cuando en 1917 llegó la Pavlova, ante cuyo arte caímos de rodillas desde profesionales hasta amateurs, Grimm nos acompañó en el homenaje; pero él estaba enamorado de Stefa Plaskovietska, cuyas piernas mórbidas cruzaran más de una vez por nuestros sueños. Alexander Volinin, discípulo aventajado de Nijinsky, disputaba el honor de tales homenajes.

Regentaban el Palais Concert, José Visconti, un italiano gordo y sonriente, y José Velázquez, un criollo cazurro y de antiparras. También ellos administraban el Maury y el Zoológico, por lo que las "damas vienesas" completaban su jornada musical en uno y otro sitio. Pero quienes manejaban el bar y la confitería eran dos hermanos de origen cuzqueño, los Gamarra, Alberto y José; y quien se encargaba de la caja era un colombiano, de apellido Valenzuela: buena copa, gran voz y mejor corazón.

Por las mañanas, a partir de las once, se reunían, en una de las puertas de la confitería, Valdelomar, Augusto Leguía Swayne, Enrique Catter, Fernando de los Heros, Herbert Trou, Alfredo González Prada, Hernán C. Bellido, Félix del Valle, Raúl Rey y Lama, José Bernardo Goyburu, Luis Góngora; a menudo caían Alejandro Ureta, Ladislao F. Meza, José Carlos Mariátegui, Abelardo Herbert, Enrique Álvarez Calderón, Federico More, Carlos Olavegoya Kruger, Ismael Silva Vidal, Jorge Arróspide Loyola y Pablo Abril de Vivero, et sic de coeteris: malicia y alegría.



Dividamos el grupo: los "ñatos", es decir, los más narigudos, casi de ofensivas narices, eran los de más apretado talle y mayor solvencia económica (Leguía, Heros, Arróspide, Catter, Álvarez Calderón) ; había otro sector, los escritores (Valdelomar, Del Valle, González Prada, Silva Vidal, Abril, Mariátegui, Góngora); luego, los aficionados a los usos de los literatos (Trou, Bellido, Herbert); los adictos a drogas y hasta algunos sospechosos de homosexualismo; los alcohólicos; los sencillamente bohemios y amantes de la vida. Grupo alterno, abigarrado, heterogéneo, pero entusiasta, vivaracho, esteticista y admirador de don Manuel González Prada, de Óscar Wilde y, sucedáneamente, de Verlaine, Lorrain, Valle Inclán, Chocano, y por convicción de época, de José María Eguren.

Por la tarde, a las seis, el grupo acrecentado volvía a ese mentidero, acrecentado de té inglés y café de Chanchamayo. A la puerta de la cantina montaban guardia Meza, Ureta y, desde 1918 hasta 1923, César Vallejo.

Esparcidos en diversas mesas, a la hora del té, los "góticos" y "colónidas" se entretenían en discusiones bizantinas y en escribir con toda publicidad sus artículos para la prensa o sus dedicatorias para los álbumes de las muchachas snobs, que solicitaban con sinceridad y coquetería el honor de un autógrafo de tan célebres personajes. Valdelomar escribía en el de Gabriela Urvina, en francés y con faltas de ortografía, los versos de Verlaine, de Fétes galantes:

Les sanglots longs
des violons
de l'automne
blessent mon coeur
d'une langueur
monotone.

Cuando sorprendía alguna mirada sobre él -y era casi todo el tiempo-, se besaba las manos diciendo en voz alta a Mariátegui (entonces un pálido adolescente cojitraqueante y narcisista): "Beso estas manos que han escrito cosas tan bellas." Mariátegui respondía solemne y teatral: "Hacéis bien, conde: lo merecen". Valdelomar usaba el seudónimo de "El Conde de Lemos"; Mariátegui, el de "Juan Croniqueur". Valdelomar acuñó entonces el inolvidable y falaz sorites: "El Perú es Lima; Lima es el Jirón de la Unión; el Jirón es la Unión es el Palais Concert; luego el Perú es el Palais Concert."

Una de esas tardes arropadas por la delgada y plomiza garúa limeña, Valdelomar, requerido por alguna admiradora, escribió en una servilleta el siguiente soneto, inspirado en los Bonetillos del Lugones de Lunario sentimental:

Tu sonrisa traviesa
se miró en el plaqué
de la tetera obesa
y en la taza de té

La música vienesa
aletargó el Palais
Rimé de sobremesa
un verso sin por qué

Soñé la tontería
de una galantería
bella y sentimental

Te busqué en el espejo
y el milagro complejo
me hizo sentirme dual.

Este tipo de composiciones -madrigalescas, galantes, ligeras- era acometido, tal vez, perpetrado, no sólo por "El Conde de Lemos" sino también por Mariátegui y por Alfredo González Prada. Se vivía en un ambiente de la más contagiosa frivolidad, teñida sin embargo de angustia. Buscaban sensaciones fuertes, emociones singulares. Para ello, en no peculiar cotejo, apareaban las fugas a los paraísos artificiales con los sanos paseos a pie desde el Palais Concert hasta el paseo Colón o hasta el vecino parque de Neptuno, haciendo perenne la primera "falsa carátula" de Colónida.

Era éste un retazo de Lima lleno de encanto. Al terminar la calle de Juan Simón, se abría un amplio y poético parque con todos los perfiles del Parc Monceau de París. Durante la Colonia se levantaba allí la Portada (como acceso a la ciudad) que da nombre a la calle. A la sazón, en 1915, se habían refugiado, por ser calle extramural, un número considerable de prostitutas de distinto pelaje y precio.

El parque de Lima ocupaba apenas una manzana, o sea unos diez mil metros cuadrados. Lo cruzaban senderos de tierra apisonada, recubiertos de hojas secas y orugas, negros gusanos vegetales. Caían éstos de los coposos ficus que, medio claudicantes, se alzaban de trecho en trecho, señalando los caminos que conducían hasta una fuente de bronce, parecida a la de las Nereidas al final de la vía Nazionale de Roma, la cual fuente, me refiero a la de Lima, tenía en el centro a un Neptuno de luengas barbas verdosas, tridente filudo y aire profético, de cuya base partía una cuadriga de caballos marinos, como los que sujetaba Nereo en el mito inolvidable. En el parque, cada cierto trecho había una banca de mármol. En ellas sentábanse por la mañana estudiantes ávidos de paz y aire, para concentrarse mejor en sus estudios, sobre todo en vísperas de exámenes.

De tarde se adueñaban del parque los desocupados o simplemente los ociosos sin dinero, es decir, los "garifos", por lo que aquel lugar era conocido también por el nombre de parque de los garifos. Cuando llegaba el otoño, los senderos se veían como tapizados de hojas secas, amarillentas, casi doradas que al paso del hombre crepitaban como pan recién salido del horno. No faltaban parejas de enamorados, pero éstas preferían cruzar la acera y refugiarse en el paseo Colón, arteria de medio kilómetro de longitud a la que acudía la flor y nata de la juventud de Lima para contemplar el desabrido crepúsculo, para atender al asomar de la luna, para pasearse al fulgor tenue de los faroles de gas, para intercambiar miradas, palabras, suspiros, promesas; entrelazadas las manos; lento el paso, mecidos por los efímeros sueños de la mocedad. Valdelomar solía acudir al parque Neptuno al caer la tarde, rodeado como un príncipe renacentista de amigos y discípulos. Allí leían la edición Jardines Lejanos de Juan Ramón Jiménez, libro de traslúcidos y leves romances llenos de serenatas, plenilunios, rosas blancas, violetas azules, pensamientos, malvas, sangrientos claveles y púdicas azucenas.

Discutían, recitaban, reían, se daban el lujo de olvidarse del trajín rutinario, de sentirse en plena libertad. Ahí nació, repito, aquel “Ladrón de rosas” que aparece en el primer número de Colónida.

[…]






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Video:

Bares de Lima
Programa "Presencia Cultural"







Links:



Refugios y refugios - Magda Simons
(Era un lugar de prestigio y bohemia, hoy es un lugar de juerga y olvido. Se llamaba el Palais Concert, hoy se llama Cerebro...)
Fotos de Lima monumental




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