marzo 21, 2007

Las romerías de las pampas de Amancaes



Fuente:
Folklore
Festival de Lima. Edición Antológica
Lima: Concejo Provincial de Lima, 1959, pp. 31-33
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Las romerías de las pampas de Amancaes
Manuel Vegas Castillo



Pampa de Amancaes - 1928 (Municipalidad del Rímac)
En la época del gobierno de don Melchor de Navarra y Rocafull, Duque de la Palata, Príncipe de Massa y Marqués de Tova -que se extendió desde el 20 de noviembre de 1681 hasta el 15 de agosto de 1689-, la Pampa de Amancaes sirvió de escenario apropiado a los magníficos espectáculos de cacería de venados y palomas, que hicieron con perros y halcones sujetándose a las costumbres clásicas de las cortes europeas.

Algunos escritores han creído encontrar en esos espectáculos el origen de las romerías a la histórica pampa a pesar de que la verdad es otra y no tuvo el principio pagano de una diversión de caza, sino el religioso de una milagrosa aparición.

Cuenta la leyenda y la historia no deja de confirmarlo, que el 2 de febrero de 1582, la doméstica Rosario Ramos atravesaba la pampa llevando unos porongos de leche que su ama, doña Candelaria Ricapac, enviaba todos los días al prior de los dominicos, cuando fue sorprendida por una aparición sobrenatural. Se le presentó Jesucristo en un pasaje de su Crucifixión y le ordenó que regresara donde su patrona con la orden de que empleara sus riquezas en levantar un templo sobre el mismo lugar donde la imagen del Redentor del mundo apareciese grabada en piedra.


La comisión fue cumplida por la deslumbrada doméstica, y el Prior de los dominicos, que en esos momentos se encontraba celebrando la festividad de la Candelaria en compañía de más de 400 devotos, emprendió inmediatamente una excursión al lugar del milagro portando la Cruz Alta de las grandes ceremonias, para encontrarse con el sorprendente espectáculo de una hermosa imagen de Jesús Nazareno, pintada en una de las rocas del lugar. La señora Ricapac ofreció todos sus bienes para cumplir el mandato y, previos los trámites de rigor, se organizó otra romería, que tuvo lugar el 24 de junio de 1582, fecha en que se conmemoraba el natalicio de su hijo Juan, que posteriormente abrazó la carrera religiosa en la Compañía de Jesús.


A esta excursión, destinada a celebrar la primera misa en homenaje al Nazareno, concurrió el Virrey Don Martín Enríquez, el Arzobispo Santo Toribio y un crecido número de fieles, que echaron las bases del santuario en una imponente ceremonia, apadrinada por el propio mandatario y la señora Ricapac.

Las partidas de caza vinieron un siglo después y fueron organizadas por los alcaldes don Diego Martínez y don Nicolás de Avalos en los años 1683 y 1684; pero fueron esporádicas y ahí terminaron. Mientras tanto la romería religiosa siguió realizándose anualmente el 24 de junio en conmemoración del suceso a que antes hemos hecho referencia.

Con el correr del tiempo la piadosa excursión fue adulterándose con aspectos mundanos hasta convertirse en el paseo entretenido y agradable que nos describe con tan vivos caracteres don Manuel Atanasio Fuentes en su obra "Aspectos históricos de Lima".

Para formarse una idea sobre las excursiones de los pasados tiempos es necesario consultar las notables acuarelas de Pancho Fierro que son la representación más acabada de las costumbres de nuestros abuelos y que dieron fama a la fiesta de San Juan porque nos han legado una secuela de criollismo auténtico del que ahora sólo quedan, para desgracia nuestra muy pálidos y humildes reflejos.

En los viejos tiempos eran famosos, al decir de los cronistas, los ricos picantes de la célebre vivandera Manonga Angulo, cuyas mesas repletas de patos v gallinas desplumados, eran una incitación irresistible para los aficionados al exquisito plato criollo. Allí estaban las fuentes llenas de apetitosos potajes; las sabrosas butifarras de jamón nacional; los enormes braceros rebosantes de escogidos anticuchos; las vasijas cubiertas materialmente de choclos sancochados y humeantes. Ahí: los cebiches de corvina, los escabeches de lenguado, las conchitas al limón, el chupe a la limeña, los caucaus con arroz, los chicharrones con camote, el estofado de pollo, las papas rellenas, la carapulcra, la chanfaina, la patasca, y en grandes fuentes centrales: los lechoncitos, los pavos rellenos, los tamales y hasta los grasosos e insoportables choncholíes.

Los mostradores aparecían colmados de botellas conteniendo: el ardiente pisco puro de Ica, el motocache norteño espirituoso y trepador y el lunahuaná sabroso y aromático. Los grandes vasos llenos de chicha de jora, morada y de maní. Mientras que las numerosas carpas, levantadas artísticamente en los costados de la pampa, ostentaban inscripciones insinuantes y llamativas. ¡Todo esto pertenece al pasado, pues lo que ahora se estila no pasa de ser un remedo indigno de la tradición limeña!

Y en cuanto a las clásicas zamacuecas, tonderos, marineras y resbalosas, hoy quedan librados a la buena voluntad de conjuntos artísticos improvisados, que se hacen aplaudir, más por lo que tienen de remembranza de un mejor tiempo pasado, que por lo auténtico de su criollismo.





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