Las celebraciones mestizas de la Navidad en el Perú, se muestran tan insondables como ricas en sus significados. En cada pueblo, caserío, ciudad de la costa, la sierra y la selva, las fiestas y ritos muestran matices propios de profunda complejidad, donde bajo el manto de la fe cristiana, perviven formas nativas de concebir lo divino y lo sobrenatural. Cuánta esperanza cifrada en la figura de ese niño luminoso llegado de lejos y acogido con tan profunda ternura aún a pesar de la violencia colonizadora de que venía precedido, y qué poco se ha estudiado todo eso. La tendencia al naturalismo animista de nuestros pueblos, ha convertido al pequeño niño sabio además, en travieso y juguetón, en un pequeño mago que adopta múltiples formas ubicuas según las leyendas de cada lugar. Ahí están el Niño Perdido, el Niño Dulce, el Niño Fajardito, el Niño Laccho y el Niño Ojje [Niño Ojecha] de Huancavelica, el Niño Dormido, el Niño de la Espina o el reciente Niño Sarawawa del Cusco, el Niño Terremotito, el Niño cabezoncito (o Niño de la Resurrección) o el Niño Chauchita de Arequipa, el Niño Doctorcito, el Niño Mariscal Chaperito de Lima... y un largo etcétera.
Además, en otro vasto capítulo de la gesta creadora de nuestro país, encontraremos cómo estas formas de representación se han plasmado en el arte popular con altos niveles plásticos, principalmente a través de la pintura, escultura, cerámica, retablo y por supuesto, la danza, la poesía y la música.
Vale la pena recordar algunos de los pocos trabajos que tocan el tema, como por ejemplo, La navidad en la literatura peruana [1958] de Alberto Tauro, La práctica musical de la población negra en el Perú. La danza de negritos de El Carmen [1982] de Chalena Vásquez, Estampas huancavelicanas de Sergio Quijada Jara [1985], La Adoración de los Reyes Magos de Margot Beyersdorff [1988] o los más recientes, Navidad en los Andes de Claude Ferrier [2008] y La huaylía de Antabamba [2008] de Soledad Mujica.
//marcela cornejo d.
Fuente:
Artistas populares del Perú
Alfonsina Barrionuevo [texto y fotos]
Lima : Editorial SAGSA, 197?, 240 p., il.
El
Niño Dios cusqueño
[pp. 28-35]
Este es un Niño
Dios que no nace en Belén sino en el Cusco, abrigado por el vaho oloroso de la
tierra que se viste de fragancias para recibirle. Un Niño Dios que las mamalas
de los pueblos arropan con pañales de bayeta. El santo erq'e, [es] amigo de los
niños, que llega con las músicas celestes de los phallalla palchascha o pitos
de agua cholos.
Un Niño Dios, en fin, que se acuna en el portal de manos artesanas, maestras en tallar carnes de rosa.
Un Niño Dios, en fin, que se acuna en el portal de manos artesanas, maestras en tallar carnes de rosa.
Los españoles
trajeron al Niño Dios de Occidente, prendido como un killkito o
"angelote" de sus capas. Estaba por entrar al mundo andino cuando los
indios del Rímac, arrojados de sus tierras, empobrecidos por los usurpadores, lo
descubrieron asociándolo a su funesta presencia. Así aparece como
much'uyguagua, "el niño de la
miseria", que les quitaba la comida de sus hijos, que los cargaba de
tributos, que los llenaba de dolor y los humillaba.
Ellos no comprendían cómo
un niño tan pequeño podía ser tan despiadado, pero recordaban que también la deslumbrante
deidad del arcoíris esconde a la muerte en sus ropajes.
Este triste
renombre no duró mucho y se perdió definitivamente cuando en América prendió la
imaginería con una fuerza insospechada.
En las
primeras décadas las efigies sagradas llegaban de Europa cruzando los dos océanos.
Se sabe que los jesuitas principalmente, se encargaban de abastecer la demanda
cada vez más creciente. Ellos tenían sus almacenes sacros e imponían sus
precios de acuerdo a los costos de producción, del prestigio del autor o de su
taller y los gastos del transporte.
Hasta que un día,
para júbilo de los párrocos pobres y las familias sin fortuna, las imágenes se
comenzaron a hacer en el Perú y los artistas comenzaron a esculpir formas
divinas en los troncos de los cedros generosos y también de la paqpa, más conocida
como maguey, madera sumamente liviana.
No se sabe
como arranca la imaginería del infante bíblico pero es en Cusco donde el Niño
Dios recobra su tierno prestigio como "el niño del amor y de la paz".
Si cabe algún antecedente se puede encontrar en Juan Tomás Tuyru Tupa, el más
notable de los imagineros de sangre noble del siglo XVI (1580-1640),
descendiente por linea directa del emperador Wayna Qhapaq. Nacido en San Sebastián,
donde se refugiaron los sobrevivientes de las panakas o familias inkas, Tuyru
Tupa Ilegó a ser un escultor de mucho rango. Entre sus efigies que son muy
bellas sobresale la Virgen india de la Almudena, famosa porque tiene la tez y
los rasgos de las ñustas o princesas imperiales, presentando las mismas características
su Niño Dios.
Aunque no hay
certeza esta imagen puede ser una de las primeras que se hizo en la ciudad
imperial. Sea como fuere, Tuyru Tupa, Melchor Huaman Inka, y cuanto escultor
hubo en la vieja capital, inkas y mestizos, sentaron las bases para la fábrica
de niños celestiales. Durante el virreinato este Niño Dios, convertido en
diminuto viajero, remontó la cordillera por los caminos más ásperos, a lomo de
bestia o en el q'epe, o atado de los chaskis, llegando a los lugares más
alejados.
Sus belenes,
como tenía que ser, también cambiaron con el tiempo, adornándose con arreglos nativos,
diversos helechos, ch'anpas o musgos silvestres, maíces recién brotados, el
espino y la qaqasunka o salvajina, así como las ramas de sauco y de molle.
El santo niño
concebido por los imagineros cholos fue una imagen de tez mate, lograda con una
pasta hecha a base de plata, ligero azul cadmio, ocre amarillo y purpura,
"que se mezclaba", según dice Teófilo Benavente, experto en arte virreinal,
"con una solución de marfil que llevaba como mordiente un barniz
cristalino secante de aceite de linaza"; pupilas color canela que al
principio se pintaban, que en el mayor de los lujos se llegó a policromar sobre
perlas ovoidales sin pasar y que, ahora, se acunan al fuego usando hojuelas de
vidrio; paladar que era de cristal azogado con pasta de estaño y ahora de
espejo para dar la ilusión de la "saliva" como una gota de luz en la
boca entreabierta; dientes de leche de trocitos de marfil o recortados del
blanquísimo cañón de las plumas de los cóndores reales; cabellos humanos que se
obtienen del chukcha rutukuy o primer corte de pelo de los niños, y que se
hierven en limón, enrollados en canutos
de paja; pestañas delicadamente pintadas con plumilla y la renombrada
"almita" de oro, que estaba conformada por las finas laminillas,
agujetas, anillos, prendedores u onzas de oro que las encopetadas matronas hacían
poner en el interior del cuerpo de maguey de las pequeñas efigies, donde también
guardaban documentos y cartas secretas.
Si el dominio
español tuvo algo de amable para las atribuladas gentes del Ande, que
alimentaron con su sangre las mitas, obrajes y encomiendas, fue este Niño Dios,
que cobraba vida por milagro para hermanarse con los erq'es o chiquillos indios
y escapaba de los brazos de su madre, en las tibias tardes serranas, para jugar
con ellos en el atrio polvoriento de las iglesias pueblerinas, ensuciando y
gastando sus chapines de raso. Por eso, en algunos lugares, los zapateros
remendones estaquillan todavía sus toscos botines de doble suela y, en otros
sitios, los preocupados sacristanes lo amarran a la Virgen con tiras de cuero
para impedir que se vaya.
Protagonista
de mil historias adorables, que se cuentan aI amor de los fogones o a la sombra
confidente de los confesonarios, este es un Niño Dios que camina de leyenda en
leyenda. Cogiendo estrellas de los cielos de Makay, haciendo florecer con su
sangre los espinos de Huaro, aumentando la diáfana dulzura de los puqyus de Acomayo
e iluminando con su risa la soledad monacal de los claustros, donde es mimado
por las novicias y las monjas que lo tratan como si estuviera vivo y le cambian
sus camisitas de nansú, sus enaguas de encaje y sus túnicas de terciopelo
preciosamente bordadas, "porque transpira y se ensucia".
En Surimana
los hombres del campo le llaman Machu Niño, "porque es viejo y sabe
mucho". En Ollanta es el Niño Vicario, consejero de los taitas. En
Paucartambo, el Niño de la Luz, que se alumbra en las noches con una vela de
las 'tres marías". En Markaqocha, el Niño Cautivo, que se traslada por
prodigio a Urubamba, "para visitar a la Virgen de la O que es su amiga. En
Vilkabamba, “el Niño de los Pastores", con quienes juega en los rodaderos
de piedra hasta que rompe los fundillos y las rodilleras de sus pantalones y
acaba hilando vellones de lana en ovejitas misk'una. En P'isaq es el Niño
Varayoq, el qollana o capitan de las faenas agrícolas que empuña la vara de
mando, con maciza cabeza de plata, cruz y siete anillos, de los alcaldes indios. En
Calca, el Niño de la Qena, que "pasea" por Kachikachipanpa tocando en
el hueso de un pajarito. En Oropesa, el Niño de las Chutas, divino robapan que
"coge de las canastas los panes olorosos con suave corazón de manteca y
los regala a los pobres".
La feria navideña
del santurantikuy, que es toda suya, dulcifica el ambiente solemne de la gran
plaza cusqueña. Hay ternura en la Waqaypata Inka que lava sus viejas cicatrices
con la risa inocente de los pequeñuelos que buscan con afán toda suerte de
figuritas para sus pesebres.
Aun esta"
por investigar los orígenes de esta feria pero su nombre qechwa, santurantikuy,
hermanado con el castellano, que quiere decir "donde se compra
santos", hace suponer que fue un mercado establecido por los imagineros
del Niño Dios para vender las piezas del misterio pascual, asistiendo a ella
cuantos hacían trabajos artesanales para completar la decoración de los
"nacimientos". Lo mismo que se hace ahora, pero con las variantes propias
de la época. Al principio con los personajes del Nuevo Testamento que le daban
sabor a la estampa bíblica, y luego con una serie de creaciones más o menos
originales como los viejos tembleques con cuellos de resorte, los pastores de
panka de maíz o de hojalata, los músicos cholos de yeso, las parejas campesinas,
los ángeles con charango, los reyes magos trashumantes que siempre fueron una
novedad por la exótica presencia del elefante y el camello, y también las
ovejas de ovillo, de pasta, las cabras, los gallos, los bueyes y los burros,
hechos con diferentes materiales, madera, cuero, cartón prensado, alambre, etc.
El ajetreo
del santurantikuy dura un solo día, el veinticuatro, pero es el obligado preámbulo
de la fiesta navideña en el Cusco, donde hubo hermosísimos belenes que pertenecieron
a distinguidas familias. En las primeras décadas del siglo y hasta mediados,
aproximadamente, los "nacimientos" de las familias Pinelo,
Justiniani, Araníbar y Escobar, entre otras, fueron un motivo de atracción pública
por la variedad y calidad de las figuras, -muchas traídas de Europa-, así como
por su cantidad, pues llegaban a abarcar varias habitaciones.
Actualmente
la población de santos niños en la ciudad es enorme. Se aprecia cada seis de
enero cuando los devotos, desde la madrugada hasta entradas horas de la mañana,
los llevan a las iglesias dando lugar a un verdadero jubileo, para que los
bendigan los celebrantes de la misa de Reyes.
Al día
siguiente vuelven a sus urnas, a las rancias petacas y a las antañonas
alacenas, pero gracias a ellos los diciembres tienen un sentido más puro, más
profundo. Lo mismo sucede en los pueblos con cielo acolchado de estrellas,
donde los niños, las mujeres y los hombres de buena voluntad repiten la lírica
jornada de Belén. En este caso con un niño serrano, el Niño Dios del Cusco que
es toda una institución en el Perú, y al que llevan sus candorosas ofrendas
como los huevos de perdiz y los pichones de paloma, las crías de vizcacha y los
cabritos de días, los quesillos frescos y la chancaquita misk'i, los cerones de
capulí y los tronquitos de qewña, las roscas de miel y las compotas de durazno.
Niño Chauchita (Cailloma -Arequipa)
Exposición Las travesuras del niño Manuelito (MNAAHP dic. 2012 - ene. 2013)
Niño perdido
(Estampas huancavelicanas. Sergio Quijada Jara. Lima, 1985, p.43)
May punkutan ullpuykusaq !aaaay!
Qanman hina kusikuspa
Diosllawaña sumaq Ñusta
Tinkunanchis punchaykam
Kawsaspacha kutimusaq
wayñuspaqa, manañachá
Rikraykita mastarispa, ¡aaaaay!
Hampuy waway niwashanki
[....]
Ya me dijiste Madre mía
vete ya hijo mío
¿A qué puerta me acercaré? ¡aaaaay!
¿alegremente como a tí?
Solo con Dios, buena Madre
hasta el día de nuestro encuentro
¿A qué puerta me acercaré? ¡aaaaay!
¿alegremente como a tí?
Solo con Dios, buena Madre
hasta el día de nuestro encuentro
Si vivo, volveré,
y si muero, ya nunca jamás
Abriendo tus brazos ¡aaaay!
"ven hijo mío" me dices
[...]
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Si vivo, volveré,
y si muero, ya nunca jamás
Abriendo tus brazos ¡aaaay!
"ven hijo mío" me dices
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"...Para cantar y bailar al uso de nuestra tierra..."