enero 25, 2009

"Pucuysito", compañero de caminantes solitarios


Fuente:
Xauxa. Relatos en tono mayor
Alejandro Contreras Sosa
Lima : Gráficas Bartra, 1972
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Pascanas tradicionales de caminantes

(pp. 127-132)

Enciendo recuerdos juveniles, de reafirmación y amor al terruño. Agito esperanzas de mejor porvenir del Valle del Mantaro, en toda su dimensión, ancho y majestuoso confín; cuna de viejas y lústrales civilizaciones como: "Hatun Xauxa, Hanan-Wanka y Hurin Wanka". Como en otras oportunidades, con clarines supra-terrenales proclamo con el verbo de los imponderables, a la tierra de multánimes caminos, puna y quebrada desamparada, donde gemían los vientos fieros, sendas y derroteros que se bifurcaban como ramas de añoso "kiswar". Caminos que ahitaban horizontes, tocaban "atajos", "aguadas", gargantas y lomas, picachos nevados y singulares dentro la geografía física. Todos ellos acortando distancias y ofreciendo al hombre valluno, rápido acceso al hogar de cantos rodados e informes, techos pajizos, de caseríos, distritos y provincias que conformaban el conglomerado político. Caminos impertérritos, tortuosos algunos, que trepaban altos breñales, silenciosos e inhóspitos, intocados por motores de explosión y bocinas que ahora trepidan en las carreteras modernas.

Caminos del pretérito que se desenroscaban con la porfía del reptil, dando sensación de perderse en la indecisa lejanía
o fueran a encontrar muelle regazo en las faldas de los cerros alineados como soldados de ejércitos imperiales; senderos polvorientos y caniculares cuando el sol acesaba la ancha espalda campesina; intransitables y fangosas en épocas invernales, atormentadores y desamparados, que obligaban a forzar la marcha y buscar tibio abrigo en chozas apostadas, a modo de tabla de salvación, en recodos e "ijaderos" de abundante pasto forrajero. Caminos de illo-tempore; como diría el satírico Felipe Pardo y Aliaga (1859):

"Caminos tan estrechos y escarpados, que es preciso llevar la carga en hombros, y de una peña atados a otra peña, puentes, ¡qué horror! de sogas y leña"; abiertos y transitados por generosos y prudentes Incas, visionarias huestes tahuantinsuyanas; olvidados y destruidos por fieros "chapetones" e irascibles republicanos; angostos y pedregosos, domeñados por el hombre xauxa-wanka que para salvar su alma se encomendaba a la "santa cruz" y los motivos clásicos de la pasión. Arrriero, peón, agricultor minimizado buscando mercados de mejor intercambio comercial, sudorosos y jadeantes, trotando al paso lento de acémilas cargadas de trigo, maíz, cebada, chuño, lana, charqui o leña. Caminos devorados por el cholo iracundo y pertinaz, ovillados legua tras legua en el carretel del tiempo, esperanzados de obtener suculentos precios para sus productos pacientemente cosechados, eximidos o labrados con técnica primitiva.

Empero, entre la fregorosidad de tales andanzas, agobiante soledad de aire sombrío, tinieblas espesas que daban sensación de muerte del cielo, agotador cansancio, a lo largo de los cuales el caminante acumulaba sinsabores y la lejanía exterior sólo se le manifestaba con el estremecimiento de algún árbol batido por brisas escapadas de las altas montañas, chasquidos peregrinos o musical concierto de avecillas. En ese marco de monotonía del paisaje, surgía siempre un refugio donde atemperar la sed u oportunidad de enervar los centros nerviosos: la chichería, tambo o chingana, bajo cuyos aleros y puertas chatas, el alma se reintegraba, eglogando el sentimiento viajero que por largas horas sentíase un minúsculo ser, condenado a seguir a la piara que dejaba rastros de fuerte impacto en guijarros y rastrojos del peregrinar.

Chicherías que se identificaban mediante un trapo blanco flameando enarbolado a un palo de aliso o un cesto desvencijado, olvidado ex-profeso a la puerta de calle, y los Tambos y Chinganas enclavados a la vera de los caminos, o [las] "Estancias", míseros poblados, tristes y abandonados a su sempiterna suerte, [que] restituían la pujanza varonil; Pascanas que encendían recuerdos de viaje y anécdotas de otras correrías; remedos de habitación o tenduchos que constituían amparos, hitos de refresco de largas jornadas y característicos puntos de referencia para los olvidadizos o desmemoriados viajeros mantarinos, acostumbrados a medir las distancias mediante: lomas, cuestas, "yuchas", vados u hondonadas; o por los parajes de más nombradía: "Maquinhuayo", "Huamanhuaja", "Matahuasipampa", "Quebrada honda", "Puchococha", "Lomolargo", "Chuchucalla", "Hualhis", "Cachicachi", "Shallahuachac", "Llacuarí", "Taptá", "Janchiscocha", "Huaracayo", "Rieran", "Shullcas", "Quero" y tantos otros puntos de la toponimia serrana.

Chicherías, Tambos y Chinganas acogedoras, pintorescas, donde el sencillo, laborioso labriego de nuestros campos saciaba su sed, satisfacía su estómago y recobraba el don de la palabra en la chanza, diálogo y anécdota espontánea, narradas con lenguaje sencillo, comentados con íntima fruición y gustados entre sorbos de elixir de maíz o espíritu de caña.

Chicherías, tambos y chinganas hospitalarias, bajo cuyos techos y amenas pláticas, el "cholo", que es como todo humano, recobraba energía y se tornaba optimista, en un retorno pleno a la vida, para continuar luchando por la familia, la patria y reanudar con mejores bríos la marcha impuesta.

Al abrigo de estas "huayronas", fisonómicas con puertas de tablas rústicas, a manera de mirador, pequeño corredor provisto de pilar a medio labrar y tejados de dos aguas, el "cholo" caminante amarraba las bestias y trasponía el umbral. Si la oportunidad era propicia, allí se encontraba con otros viajeros que también descansaban, limpiaban sudores y se venteaban con sus gruesos sombreros de lana normados por ellos mismos. Como recién llegado saludaba con tono familiar y campechano. Tan cordial y fraterna forma de expedirse, merecía como respuesta fuertes apretones de manos. Todos eran conocidos, familiares, componentes de una sola comunidad, alimentados por la savia generosa del alma del valle sin par. Ellos repetidas veces se cruzaron en la ruta invariable y de sus labios salieron palabras afectivas, sentidas, como son de aquellos que corren igual destino y se aventuran en idénticos riesgos:

—Cómo tia'ido paisano...
—La cuesta está pesada, um...
—Tiempo no hemos visto, cholo. ..
—Por este gusto tomaremos esta "bota de huajaicholo"...
—Salúúú, muchacho, toma para tu valor...
—La chichita está buena...
—Hasta la vista compadre Rafael...

Pintorescos como el mismo negocio, la chichera, el tambero o a su turno el chinganero, negociantes rudos, sin abandonar las faenas pecuarias y tierras labrantías, dedicáronse al incipiente comercio. Con precarios ahorros, producto de años de paciente trabajo, surtieron desvencijadas taquillas, armadas con toscas maderas o cajones de un mismo tamaño, con artículos de consumo diario: coca, chancaca, panes y aguardiente de caña; en algunos de éstos de mayor capitalito, el viajero hallaba mercadería diversa y antagónica, apropiada a las necesidades lugareñas. Muestrario promiscuo donde el negociante se movía a satisfacción, sedentario, dicharachero, mal grado su analfabetismo, respetado y temido, juez y parte en discusiones donde tenía ocasión de alardear su temperamento festivo. No así la chichera, mujer humilde, de cara hollinada, carrillos hinchados por bolos de coca, arrugas profundas en la ajada tez, eso sí amiga de tantos y cuantos parroquianos demandaban la rubia chicha de jora, licor señorial que amenguaba la fatiga que producía transitar tan largos y resquebrajados caminos.

Sin embargo, a tales personajes, si se hallaban de vena, nadie les iba a la saga. Se tornaban amigables, cariñosos y munificentes, obsequiaban "cuartas, chicas o media bota de chacta" o "potos de chicha", hablando a destajo, con zalamería propia de baquianos, ensartando chistes y refiriendo sucesos más recientes del lugar y sus ralos habitantes; característica indo-chola que confirma Concolorcorvo: "...los serranos, hablo de los mestizos, son muy hábiles en picardía y ruindades que los de la costa".

Otras curiosidades de estas viejas y típicas Chicherías, Tambos y Chinganas, se constataba en el sello que el tiempo había tatuado en sus desvahidos interiores, cubriendo las inmovilizadas mercancías, suerte de capa polvorienta que daba a las cosas aspecto de antigüedad, saturado de color ocre, como vaho enmohecido, ayunos por incontables años de aire y sol vivificante. Con esta suerte de detalles la venta se peculiarizaba por su techo entelarañado, ennegrecido por el hollín repartido por la secular "vela de sebo o mecheros de boñiga" y grasa animal, columpiándose en los terrados, a ojos vista, disecadas moscas y mariposas, como seres de vivir estadizo o inalterable.

En muchas de estas míseras pascanas de provisión o descanso forzado, a más del corredor y parador reglamentario, al través de una puerta derrengada que invariablemente comunicaba el local con el interior se columbraba un patiíto [sic.] de sembrío y en él, profusión de animales domésticos, en cuyo número no faltaba el perrillo guardián enmaridado con la barracona de flácidas tetas y cinco o más lechoncitos gritones.

Marcos rurales de la patria fascinante donde la cromática campestre de múltiples cuadros vivos, la orquestación de los "pitos" (pájaros picapedreros) el acento relojero del "pucuy" (especie gallinácea de puna), aves madrugadoras, procuraban al arriero jocunda algarabía, expresión de ingenua felicidad, acentos de natura al que se amalgamaban dolidas letras del campesino huayno:

"Pucuysito de las punas,
reloj vivo de los Andes,
escondido entre neblinas,
de hora en hora: ¡pucuy! ¡pucuy!

En la noche y en el día,
con el sol o con la lluvia,
tú eres fiel horario
del pasajero solitario.

Quién al estar caminando
por la puna solitaria,
al escuchar tus cantares,
¿no puede llorar sus penas?

Cómo quisiera arrancar
tus secretos pucuysito,
para cantar sin ser visto
la tristeza de mi amor".

Melodía agreste, síntesis de espíritus simples, en saludable afán de vida, amenguaba el cansancio al ritmo de expresivas modulaciones, saudadosa, proscriptora de penas y tormentos, o llanamente explosión de alegría y esperanza.

Parajes de monocorde y sencillo lirismo; donde alguien llegado de lejano lugar, exponía los quilates de su pasión amorosa al compás de los bordones de tripa del charango cuatrero, instrumento indígena enfundado en poncho de vaho aguardentoso; arrieros cantores, sentimentales, que nunca olvidaban llevar con él su buen humor; caminantes andinos que disimulaban su tristeza con el agudo trinar o la letra mal hilvanada del huaynito de moda que lo amagaba con recuerdos placenteros o adversos.

Chicherías, tambos y chinganas del Ande Central, cuajados de secretos; hitos en valle, puna y quebrada, donde la vida discurría simple o trágica a la vez; viejas pascanas donde siempre halló agua y descanso el caminante; techo chato, bajo cuya benigna sombra restituía el hombre sus angustias, soledad y silencio; faro y rescoldo, puerto y oasis para el escotero y afásico. Sombras aprisionadas entre cuatro paredes, tiradas en la inmensidad de la patria chica; vértice a donde convergían todas las pequeñas tristezas y precarias alegrías, maduradas a diario en la carne doliente del poblador del valle mantarino. Hospedajes con espíritu de pasado y tradición; modestas casuchas de factura india y alma de colonia; mudos testigos de lo mejor de la historia nacional y de los más abominables y traicioneros egoísmos también. Por sus puertas desfilaron los hombres de las campañas de emancipación; los ejércitos victoriosos de Junín y Ayacucho; soldados y montoneras de Orbegozo, Bermúdez y Gamarra que epilogaron el "Abrazo de Maquinhuayo" (24 de abril 1834).

Anchos y abruptos caminos donde quedaron impresos, bajo chispeantes herrajes, huellas de la caballería invasora de la Guerra del Pacífico (1882-83) y el "Taita Cáceres", [que] "huaripampeó" al General Relaize que pretendía combatirlo a orillas del río Mantaro.

Caminos de herraduras y bohíos aparentes para la especie caprina, que a partir de 1908 fueron desplazados por las paralelas de hierro del Ferro Carril [sic.] Central y las autovías; preludiadas en 1916 y verificadas en 1920 por fuerza de la Ley de Conscripción Vial (D.S. N? 4113-Leguía); y con todo su frío ropaje geo-histórico, condenados al olvido y para de cuando en cuando fluir en la narración festiva de nuestros mayores de quienes tomamos estos apuntes.

Chicherías, tambos y chinganas, canos vestigios de un pasado lejano e histórico; tibios refugios abiertos a tantos arrieros y caminantes de nuestro valle ubérrimo; símbolo de hospitalidad peruana que rezuman emblemas de supervivencia que desafían y se resisten al afán que con los años impone el tiempo.




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Audio
Pukuysito
Charango: Fred Arredondo
Piano: Omar Ponce
Album "Surimanapaq"



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Video
Mily Montes
Orq. Cariñosos del Centro
Esta versión se interpreta con ritmo más rápido, con acompañamiento de orquesta y variantes en la letra.


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Enlace

Los pájaros en el folclore de la sierra central peruana - Sergio Quijada Jara