marzo 11, 2007

Apuntes para la historia de la marinera limeña

Fuente:
Revista IPNA.
Órgano del Instituto Cultural Peruano-Norteamericano
Director: Estuardo Núñez
Lima. N° 1, año 1, vol. I, set-dic. 1944, pp. 20-31
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"Una señora de 2º rango baylando la samba cueca
Perú, hacia 1845. Álbum de Alfredo Gonzales C.
En: "Las danzas populares argentinas" de Carlos Vega (Buenos Aires, 1952, lám. XIII)


La Marinera
José Gálvez

Tema para un libro, serio y disfor­zado, profundo y grácil a la vez, es éste de La Marinera, baile popular por antonomasia. Si pudiera hacerlo algún día, cupiera ponerle subtítulo moder­nista y presuntuoso, con aclaración entre paréntesis para prestigiarlo más: Una danza en cámara lenta - debate, derrotero y antología; pero por aho­ra debo limitarme a una conferencia sin mayores pretensiones, procurando no ser fatigoso y lato, o, como dijo al­guno sobre cierto personaje, paradojalmente pesado y hueco. Ojala dis­ponga de salud y tiempo, porque "La Marinera" es mucha persona y está pidiendo una biografía novelada.


El asunto es vasto y complejo, enjundioso y vario y lleno de dificul­tades en su exégesis, tantas como las del baile mismo, sólo al alcance de algunos privilegiados. Pocos rastros ha dejado en las viejas crónicas. No se había inventado el folklore y rara vez se daba importancia a estas manifestaciones de fondo popular como para ocuparse en cuestiones conside­radas fútiles entonces. Los propios viajeros, tan acuciosos a veces, traen pocos datos. Frezier es, tal vez, el pri­mero en mencionar un zapateo, en parte anotado en su obra. La apunta­ción es importante, porque asoma en aquellos signos algo de la zambacue­ca o mozamala, así bautizadas muchísimo después.


En el antiguo Mercurio Peruano hay referencias a danzas peruanas de fines del siglo XVIII como el casca­belillo, el maicillo, el mis-mís, la ca­chucha, el punto, el don Mateo. La palabra sambacueca, escrita sin zeta por arbitrariedades de la insegura or­tografía de antaño, no parece usual hasta el siglo XIX.


En la obra de Monreal sobre Folklore y costumbres de España, hay re­ferencias al agua de nieve, danza de contorsiones, atractiva para los concu­rrentes al patio de los coliseos del si­glo XVIII. En "El diablo cojuelo" se cita al Bullicuzcuz y Palma en una de sus tradiciones del siglo XVI trae unos versecillos con el sonsonete de bullizarabullí. En aquella obra de Monreal se habla de la guaracha, muy en mo­da también en la Lima del XVIII y del zambapalo -nombre sugerente- como danza de las Indias Occidentales, según él muy en boga en los siglos XVI y XVII. Cabría referirse como antecedente, asimismo, al zarambeque de la loa de la comedia "Las Amazo­nas" de Antonio de Solis estrenada fin Madrid en 1655.


Hoy casi todos los folkloristas creen en el predominante origen hispano del baile de tantos bautizos, aunque no faltan africanistas.


En el libro de Don José Zapiola "Recuerdos de treinta años" escrito en 1872, se habla del fandango y la ca­chucha como españoles y de la zam­ba y el abuelito como peruanos. Estos bailes eran calificados indistintamente de tierra, de pañuelo y de chicoteo, y afirma haberse introducido el cielito y el cuando, en 1817 por los soldados de San Martín. Según el mismo autor, Lima era centro de producción de zamacuecas notables e ingeniosas por su música, muy difícil de imitar. Vicuña Mackenna, en su etapa más chilenista reconoce a Lima como la ennoblecedora de esa danza. La banda del batallón No. 4 la llevó a Chile y allí la popularizó Zapiola. Pero concluye sosteniendo que no es ni chilena ni peruana.


Hay, sin embargo, datos en un pre­cioso ensayo de Barahona Vega sobre "La zamacueca y la rosa" publicado en la "Revista de Derecho, Historia y Letras" de Buenos Aires de 1911, reveladores del primitivo origen pe­ruano. Señala a la Monona zambita li­meña como a la gran maestra, al punto de haber suscitado edictos ex­comulgatorios del Obispo Don Ma­nuel Vicuña y a tres beldades del Rímac quienes descerrajaron, para ese baile, las puertas más aristocráticas de Santiago. Ocurrió, sí, que la zamba­cueca perdió la cabeza en Chile y se llamó cueca, la cola en la Argentina quedándose en zamba y aquí, con tanto movimiento perdió una letra y se denominó zamacueca...


El nombrecito, más zarandeado que violenta resbalosa, -o refalosa como también fué nombrado- compartió derechos titulares con la mozamala, en el fondo una y misma cosa, aunque se conservan recuerdos de algunas tona­das por las cuales pudiera creerse fueran danzas diversas, dada la mayor simplicidad de ésta, pero no es así, y me atengo a la autoridad de don Abe­lardo Gamarra conocedor a fondo de esta materia, como lo digo más adelante al explicar las mudanzas de los nom­bres.


La misma zajuriana, como su se­mejante la antigua zanguaraña del Ecuador, no era sino la zamacueca muy zapateada y escobillada de los mineros chilenos y argentinos.


Pero hay algo más revelador sobre esta cuestión del nombre. "El Tunan­te" para su gracioso paso de comedia titulado "Una corrida de gala", trae este listín:


"Todo Lima viene,
todo Lima va.
¿Quién a la corrida
no concurrirá?
La china garbosa
la ñata gentil
la zamba macuca y
hasta el alguacil".

La expresión bambamacuca me hizo pensar, una vez más, en el posible apócope zambacuca, de donde prime­ro bambacueca como antaño la llamaran, y, luego, simplemente zamacueca

El pintor Ricardo Flores, retraído y fino, se encubrió bajo el remoquete del Míshi de Quepapuna y en sabrosa car­ta me sugirió una etimología con raíz en parte quechua. Sería, en suma, un doble filológico como tantos otros. Según él, hay en su aldea una lom­briz de tierra que, a la luz del sol, se rebulle y retuerce de tal modo, que, posiblemente, el provinciano salaz al ver bailar a una zamba movediza en el momento de la fuga, dijera "es una cueca", quedando así bautizada la hoy llamada marinera. Reconoce, no obs­tante, la estilizada y airosa, toda gra­cia y esguince con su puntita de lisu­ra. Se imagina al cholito, acabado de llegar "de donde baja el agua", habi­tuado a sus huaynos y sus cashuas, viendo bailar en plena jarana negroi­de, a una zambita color de canela, boquita de filigrana y le salta el grito encrespado: es una zamba cueca!


Ingeniosa la explicación, pero inge­nua, a la vez, porque es de suponerse ya tenía su partida de bautismo la zamacueca, o diré mejor zambacuca, y además, nada podía decirle a los costeños el hombrecito de la lombriz desconocida.


El nombre, tal como ha llegado has­ta nosotros, no fue muy usado en los días coloniales. Se generalizó muy a fines de éstos o a comienzos de la Re­pública. En antiguas alusiones o dan­zas, figuran, como he dicho, otros y relacionados con las descripciones, re­sultan éstas muy parecidas a las des­pués llamadas zamacuecas, mozamalas, tonderos y chilenas.


Antes de entrar en honduras filoló­gicas y sin aventurarme a decir la última palabra, conviene estudiar el término en sí mismo. En el Dicciona­rio llamado de Autoridades, Zamacu­co, así como suena, significa embria­guez. Malacuca se decía del hombre malicioso y de genio dañado y así lo trae Quevedo en su Musa Sexta:


"Soltero sigue toda perendeca
Casado se convierte en malacuca".


Pero cuco es asimismo lo pulido, además de taimado y astuto. Zambacu­ca vendría a ser entonces la zamba alegre y, aunque picara, pulida. Si se puso también al baile el apodo de mozamala, no debe extrañar que el afán popular por lo muy suyo diera un mismo significado a mozamala y zambacuca, siendo más atrayente la últi­ma expresión por su musical y gracio­so disimulo.


Hay más. El baile español fandango, según el Diccionario citado, era dan­za introducida por los indianos y se ha­cía al son de tañido muy festivo y ale­gre. La palabra Jota como acepción de la famosa danza aragonesa no ha­bía sido aún introducida en ese Dic­cionario y no cabe olvido en aquella gran obra, pues se refiere, entre otras, a la gallarda, también bailada en Lima y mencionada por Calderón de la Barca en su Maestro de danzar.


En el libro de viajes de Stevenson se describe una danza de Chíquián, parecida, según el autor, al fandango o bolero de los españoles. La compa­ra a un minueto de ritmo acelerado y relata cómo se arrojó dinero a los pies de los bailarines, costumbre pe­culiar en las antiguas zamacuecas, cuando los concurrentes excitados, llenaban el piso de monedas de oro y plata. Yo he visto una carta de Cajamarca de hace más de 100 años, sobre un suntuoso matrimonio con boda y sarao terminados con una zamacueca festejada del mismo modo. El baile descrito por Stevenson es muy probablemente el hoy llamado marine­ra por la paridad de los datos, y tiene la importancia de tratarse de danzas en las serranías.


En los " Documentos primitivos del Cabildo de Arequipa" con una Intro­ducción de Ladislao Cabrera Valdez (1924) al hablar éste de la influencia española en el yaraví, afirma la tesis de ser la zamacueca versión criolla de la jota. Interesa señalar de pasada, la expresión de la Argentinita al ver bai­lar a Pepe Ezeta, ese gran señor de la marinera, coincidiendo, en cuanto a la raíz hispana, con la opinión de Cabrera Valdez. En el Diccionario de Argentinismos (el de Segovía) se de­fine la zamacueca como baile señorial de muchas vueltas y cortesías.


Esta danza muy semejante a otras de América, aunque de matices diver­sos, como el jarabe mexicano, el joro­po venezolano, el bambuco colombia­no, era llamada de tierra, cuando bajó hasta el pueblo, no porque levantaba polvareda como algunos creyeron, sino por oposición a los llamados de estrado. También llamóse de pañuelo y el testimonio de una distinguida dama arequipeña, con noventaicinco años lle­vados con sorprendente y encantadora prestancia, me lo confirma. Tan ad­mirable memoria conserva, que recuerda y ejecuta al piano tonadas de sus buenos tiempos. Siendo niña, me cuenta, su señor padre, Coronel con asistencia a las batallas de Junín y Ayacucho, la llevó a una fiesta campestre y en ella hubo bailes de pañuelo, también llamados de tierra, y no de la tierra, como erróneamente dicen algunos. Su recuerdo es preciso y son­ríe de su ingenuidad al rememorar una copla que creyó alusiva y pidió la sa­caran del festejo:


"Anda vete, anda vete
Niña Dolores,
porque aquí pagan justos
por pecadores".


Y Doloritas Méndez, por buen nom­bre "la negra de oro" sigue sonrien­do y añorando. La remembranza de la ancianita consuena con los versos de Don Felipe Pardo en "Frutos de la Educación";


"Y ya a eso de las doce
se les pone una gran mesa
que al mismo tiempo que nutra
un nuevo placer ofrezca
a las gentes ya cansadas
de beber y hacer piruetas,
y los ánimos disponga
para los bailes de tierra".

Y allí está la descripción:

''Qué alegre, qué satisfecha
qué airosa y desparpajada
dizque Pepa con sus lindos
pies la alfombra cepillaba...".

¡El escobillado de la zamacueca!


En la magnífica obra de Carlos Ve­ga sobre danzas y canciones argenti­nas se sostiene con abrumadora ar­gumentación que el gato, la zamacueca, la mariquita son de origen peruano. Algunos la llamaron, como Juan Ma­ría Gutiérrez y Vicente Fidel Lopez de zamba clueca, cuando quien la baila no puede materialmente tener nada de clueca.


Sarmiento la elogió apasionadamen­te, Lastarria se duele de encontrar­la, ya en su tiempo, alejada de los sa­lones; todos los viajeros como Rennel Smith, Pradier Foderé, Wiener, Bresson, Radiguet se ocupan en es­tos bailes. El último ha descrito ad­mirablemente una resbalosa en el Ca­llao con una letra aplicada después muchas veces a la marinera, dato re­velador del parentesco. Marcoy habla del maicito, de la mozamala, del paja­rito. El norteamericano anónimo la celebró en 1833 y hasta existe una cu­riosa lámina de 1823 con el matinal calificativo de zamakuaker. En el Dia­rio del viaje del General Orbegoso, hecho por el Capellán Blanco están citadas la sambacueca, la bomba, la tormata, entre otras danzas en el Cuz­co y da por conocida, a la primera. Tan minucioso siempre, sólo explica la bomba (como) imitadora de la borrachera, comprobación de un viejo modismo ya no muy usado, y la tormata a la cual describe con muchas fugas. Al men­cionar bailes de Ayacucho cita los Panalibrio con su monigote bailarín de contradanza, supuesto de origen negro, pero en el valiosísimo Diario, señalado como indígenas.


Vicuña Mackenna en su afán cir­cunstancial de negar el origen peruano del baile, presenta su cuna en África y su desarrollo en Chile, porque en Quillota se bailaba en 1813. Estri­ba su error al fundarse en Mellet, quien le describió un baile negro de Montevideo, llamado Calenda.


Vega ha demostrado victoriosamente el equívoco del gran escritor chileno, porque Mellet se apoyó en Kelms, éste en Pernetty, quien a su vez, repitió re­ferencia a un baile de Santo Domin­go de la Historia General de los via­jes de 1746 y tal descripción no alu­día a la zamacueca.


La zamba argentina y la cueca chi­lena fueron adaptadas del Perú, cen­tro de dispersión de esta clase de bai­les, habiendo ocurrido lo mismo con la Mariquita y con el Gato conocido en el Perú con el nombre de Miz-Miz y llamado a veces La Perdiz, por los versos:


"Salta la perdiz, madre
salta la infeliz
que se la lleva el gato
el gato Miz-Miz.

Se bailaba mucho en Arequipa en 1825 y Palma afirma era conocido ya en 1780 habiéndola asimilado Berruti al Cielito. La confusión de nombres tiene para éste, como para todos los casos simi­lares, una gran importancia, aunque haya servido a los errores de muchos sobre la variedad de bailes, no exis­tiendo, en realidad, sino cambios de matices locales.

Los D'Harcourt, en su famosa obra, señalan a la zamacueca origen neta­mente español. El zapateo de Frezier hallado en salones de Lima a comien­zos del siglo XVIII, debió ser mucho más antiguo para estar así entronizado. Con diversas influencias, haciéndose más intencionada y sensual, bajó del estrado a la tierra y en ella se acli­mató como una especie de minueto po­pular y de pañuelo, porque el proce­so de imitación es más lógico dedu­cirlo de arriba hacia abajo. El escla­vo procuraba imitar al patrón y señor. El proceso inverso es excepcional, aunque en el fondo remoto toda dan­za tiene raíces en el pueblo. Todos es­tos bailes se asemejaban mucho entre sí. D'Orbigny describe una Mariquita y es casi la zamacueca. Cada región, como ocurre con los idiomas, les po­nía y sigue poniendo su acento pro­pio.


Sigue dilucidándose la ardua cues­tión de si la marinera, otrora zamba­cueca o mozamala, con su variante norteña del tondero y sus proyeccio­nes de la cueca y de la zamba, es afri­cana o española. Hay autores, parti­darios de la primera tesis, pero la mayoría defiende el origen hispano. Creo más en lo último con filtraciones afri­canas e incaicas. En suma, danza mestiza por excelencia, nacional y americana típica, pero principalmente hispana. Los argumentos literarios y sociológicos requieren ayuda primor­dial de los musicales, y la melodía y el ritmo distan mucho de ser afri­canos. En cuanto al factor popular, no debe olvidarse que, como en la Demo­cracia ateniense, el pueblo no es la esclavatura. Y esto me parece muy importante.


Un baile tan fino, aun cuando ten­ga expresiones borrascosas a veces, no puede tener origen africano primor­dial. Es una danza de tipo superior, evolucionada. Por sus trazas y lo com­plicado de su música es manifestación mucho más elevada de la de los can­dombes y bambulas africanos. Importa un diálogo zalamero, elegantísimo, lleno do zalemas. Supera lo acrobá­tico y turbulento de las danzas primi­genias. Bien mirado, pudo ser llama­do de la paloma. Su música es grávi­da de reminiscencias iberas y su con­textura, con la entrada, la canción, aviso para la danza misma, y la fuga final, pertenecen a una alta calidad.


Me he referido ya a los documentos y a datos antiguos como para no insis­tir en ellos. Por lo demás, es sabido que los negros, numerosos en la costa, pero pocos en la sierra, por el criollo decir -"gallinazo no canta en pu­na"-, no ejercieron ni podían ejercer influencia en las costumbres de las al­tas clases. Además de ser esta danza de tipo superior, no es de suponerse, salvo alguna intromisión o adecuación excepcionales, subiera a los estrados copetudos de aquellos días. Si se com­probara el carácter netamente republi­cano de este baile, cabría, aparte las razones musicales en mi criterio de­cisivas, atribuirle origen africano, so­bre todo después de la manumisión de los negros; pero no es así. Evidentemente existió desde muy atrás con otros nombres, no sólo en Lima sino en todo el Perú. Los datos de Stevenson, del padre Blanco, de Palma, lo atestiguan.



"En Amancaes / Zamacueca - más borrascosa / 1840" -Pancho Fierro



En cuanto al nombre, partiendo del más definido de zambacueca, poco di­ce en sustancia, porque no es de los más remotos al parecer y, probable­mente, fue introducido cuando la mu­lata graciosa le puso su capulí de mix­tura. Y aún así, es sabido por los co­nocedores que, por lo general, quien más tiene de español lo ejecuta con más justeza y gallardía. Además, sí hay palabra castiza es esta de zamba, paladeada por nosotros como si criolla fuera, pues nos viene desde Grecia nada menos, indirectamente. En cuan­to a cueca quizás quechua según la explicación aventurada del Mishti de Quepapuna, es muy posiblemente de­formación de cuca con sus acepciones de viveza, astucia, pulimento y tra­vesura. El bautizo más o menos dis­tante, más o menos reciente, o, mejor, el rebautizo muestra un carácter prin­cipalmente hispano.


Siguiendo la línea observada en es­tos casos, el zapateado de los salones del siglo XVII, especie de minueto con lisura limeña, bajó al pueblo, allí se transformó, y recibió, por haberse soltado el pelo como se dice pintores­camente, otros nombres más afortunados y mejor acogidos.


Con variaciones de acento, porque la danza es lenguaje con riqueza para estupendas creaciones estéticas, este baile se parece al jarabe, al joropo, al bambuco. Revelan mucho los nom­bres, porque exceptuando el neo-gra­nadino semejante al bambula africa­no, aun cuando pudiera provenir del castellano bambolear, los otros tienen sentido mélico, porque joropo vale ja­rabe y no debemos olvidar la parte llamada el dulce en el tondero y el jaleo vibrante de "adentro con dulce''' coreado hasta hoy por los mozos pe­ruanos legítimos, de guasaquiú y de príquite. Y a propósito de tondero, merece recordarse el tondondoré de la cueca chilena y al undero le da de la zaña norteña, reveladoras de una hermandad incuestionables.


Otros datos. En la Sinfonía Espa­ñola de Laló está recogido algo de la zamacueca por su índole hispana. Un oído sabio y preclaro como el del gran compositor no habría incurrido en error tan craso de confundir ritmos españoles con africanos. Otro tanto ocurre en la zarzuela española "Los hijos del Capitán Grant".


A este propósito pláceme recordar la anécdota sobre José Ezeta. Bailó con una distinguida dama inglesa aun­que con sangre eslava y de aquí, sin duda, su intuición para nuestra música. Se repitió lo de "una sin otra no vale", y como en la repetición está el gusto, fue mejor la segunda y aún me­jor la tercera. Especialmente había sido invitada la Argentinita. Magní­fico ambiente en la evocadora casa de la familia Sánchez Concha en Malambito. Animador y cajonero una emi­nencia facultativa y criolla, el Doctor Graña. Ezeta maravillado por la for­ma como le respondía la pareja, seño­ra doña Anita Lyons de Devéscoví, si bailó con tímida desgana al principio, tiró de repertorio en las repeticiones, mientras los hermanos Andrade can­taban con tan angélico primor que se cambió la letra de "en el cielo no hay jarana", por esta otra:

"En el cielo sí hay jarana
y se baila marinera
con la música peruana,
se resbala cualesquiera…"

Y ¿cómo no?, si eso fue lindo. La Argentinita, eufórica, batió pal­mas, jaleó como en el mejor de nues­tros tonos y exclamó, enfervorizada y convencida: "pero si esto es espa­ñol". Y ante el asombro de todos, cuando preguntó a Ezeta quién le ha­bía enseñado esa danza tan bella, tan señorial, tan erguida y difícil, le con­testó el interrogado, confirmándome un dato de Graña: "Un torero español apodado "El marinero", a quien el gran discípulo, después inimitable maestro, había visto bailar, como a ninguna, la zamacueca legítima, desli­zada, ceremoniosa, sin saltos, ni cabriolas. Y yo asocié viejos recuerdos de otros. Don Toribio Raygada, Don Nicanor Alvarez Calderón, don Ger­mán y don Andrés Avelino Aramburú, don Alberto Quimper, don Julio Laos y a las damas Victoria Rivero, Irene de la Portilla, Inés Laos, Rosau­ra Aramburú. Y van éstas después de la incompleta lista, porque los últimos serán los primeros según el Evange­lio. Si el episodio no es edificante que otro venga y talle, con perdón de Don Ricardo Palma por tomarle tan al pe­lo frase suya y con su gracia bendita…

Con esta danza como con tantas otras cosas el idioma inclusive, el ambiente americano y en este caso el peruano, zandunguero "de nación" co­mo diría algún zambito con gracia expresiva magnificadora hasta del dis­parate, la ha ido remodelando, ponién­dole la sal y el ají de la tierra y, como es natural, de todo tiene, y por eso es tan americana y nacional, aunque conservando en el señorío de su línea no­ble, el sello de la recia estirpe hispa­na.

También ha habido, es verdad, en­tre los buenos cantores y cajoneros -el cajón es reminiscencia del pande­ro- cuarterones y mulatos y, entre las danzarinas, mezclillas de jazmín y canela con crespas obligaciones, ad­mirables intérpretes del baile nacional, porque de todo tiene y hasta oído de afuera de la jarana, da al viandante, noctámbulo nostálgico, una lírica im­presión de melancolía, trasunto en al­go de la quejumbrosa alma indígena. Pero hasta nuestros días, salvo alguna excepción -Bartola Sancho Dávila pongo por caso y la baila con se­ñorío ejemplar- no son gentes de chancaquita con pasas las mejores en esta danza. Respondan por mí dos Rositas limeñísimas, con sangre espa­ñola en las venas, Rosa Graña, Rosa Alarco y válgame citar unos cuantos varones como Carlos Colichón, Raúl Aramburú, Pepe Diez Canseco. Ramoncito Torrico.

Guardo para el libro soñado, otras informaciones sobre las resonancias americanas, especialmente de Chile, Argentina y México, donde el arpa, la guitarra y el tamboreo con las pal­mas sobre la caja, comprueban el pa­rentesco. Las más altas autoridades folkloristas, Vega, Campos, Garay, entre otros, reconocen el carácter his­pano de las formas musicales ameri­canas. Es interesante saber que en México hay danza llamada Agua de nieve, en la Argentina refalosa como alguna vez se llamó la resbalosa y en Panamá además del popular Tanborito, el punto y el socavón variante de la mejorana.

Estoy por averiguar y confirmar el dato de unos caballeros españoles so­bre la existencia de un baile entre los maragatos de León llamado también zamacueca, aunque tal vez, se trate de confusión de nombres o de danzas. Pero creo que mayores búsquedas no alterarían la conclusión sobre la índo­le criolla de este baile con el cogollo ibero y el ajicito de la quimba nacio­nal.


Tantas derivaciones ha tenido -la resbalosa y el tondero por ejemplo a pesar de los matices diversos-, que es difícil hallar la vena primitiva en­tre la fronda ubérrima de tanta pa­rentela. El tronco fue muy vigoroso y le han brotado múltiples ramas. Vis­tas a la ligera conservan poco pareci­do racial, pero bien miradas, ninguna deja de mantener el aire familiar de su español origen.

La misma marinera está influida por las regiones. Quienes la han visto bailar en la costa y en la sierra le ha­llan diferenciales esenciales. Lo cier­to es que, a la vez sabia y popular, ya estaba muy arraigada en los co­mienzos de la República, pero pasó por etapas de decadencia. La miraban desdeñosamente, relegándola a las lla­madas clases bajas. Pero no sólo escritores peruanos de genuina cepa, ca­da cual desde sus puntos de vista, co­mo Pardo y Segura, sino los viajeros y los dibujantes la toman en preferen­te consideración, y en Pancho Fierro hay un ejemplo típico, pues pinta dos, la llamada borrascosa y otra de corte señoril.

El duelo entre europeizantes y na­cionalistas puede cobrar, con esta danza, un motivo más de discrepancia, por lo demás conciliable. Vista en ciertas épocas como de mal gusto, tu­vo su hora, hasta en saraos de gala, de entrada con la aurora, y, a veces, se ha procurado renovarla e introdu­cirla en los salones, pero siempre, da­da la naturaleza y exigencias del arte personalísimo de este baile, ha sido revelación estética de un espectáculo, o, si los ánimos estaban en punto de caramelo, desahogo general de una alegría contagiosa, con culebritas en el cuerpo según el dicho popular.

Yo mismo lo he dicho en mi poe­ma "La Marinera":

Y no sólo en las huertas, en saraos de otrora
entró la marinera aliada con la aurora a destronar al rigodón...

La zambacueca o marinera, hasta por la multiplicidad de sus apodos, fue esencialmente democrática. Tiene razón Barahona Vega al afirmar este principio. Acerca y une a gentes de toda condición. La zamacueca -rebau­tizada también como chilena- fue puer­ta de escape para la opinión y senti­mientos del pueblo. Muy conocida fue una de hace setenta años;

"Con tanto que viva Pardo
y en lo que vino a parar"
[fuga del video de ejemplo]


Glosada un cuarto de siglo después por Blume y Yerovi. También fue celebradísima la dedicada a Piérola (Grau?) por la hazaña del Huáscar con acriollados inglesismos:

"Tomaremos un cóctel very weil
por el Huáscar del Perú very good",

Muchos todavía no olvidan las de la coalición:

"Que viva la montonera
que viva el Doctor Durand

Tenía alusiones a los

"valientes coalicionistas
que por Cocharcas entraron"

Y la otra sobre la transformación de la Plaza de Armas:

''Palmero sube a la palma
y dile al Alcalde Elguera
que no nos siga palmeando
con tanta y tanta palmera...".

"En Amancaes / (Zamacueca) / 1840" -Pancho Fierro
El sentido nacionalista de las mari­neras dio ocasión a vivaces ingenios de otros días para escribir versos de crítica graciosa. La música tenía emo­ción social indudable.

Era la zamacueca baile de fin de fiesta y, también, tocata enardecedora de ánimos -lo recuerdo muy bien- en las despedidas de las retretas. En Chorrillos, en Barranco, de tarde en tarde en este Miraflores, gran ciudad y entonces pequeño y rústico rincón pa­ra gringos, enfermos y soñadores, ya se sabía que el último número era la marinera. En las estaciones cuando se despedía a los visitantes y el tren des­garraba los aires con el pitazo de pre­vención, comenzaba, como un retum­bo, el bombo a marcar la entrada se­guido por el trombón y los agudos clarinetes y todo, hasta el piso, pare­cía bailar. Al partir el convoy, entre jadeos y campanazos y en la pla­taforma ondeaban los pañuelos, salía de los vagones de segunda, estrepito­sa y triunfante, la fuga arrebatadora y en los andares de los paseanderos, aún de los más envarados, había un balance jaranero. Hasta el tren, al do­blar la última curva, parecía, como en dibujo animado del cine actualísimo, zapatear y contonearse...

También recuerdo -algo del hábito pervive- las marineras de las bandas en el quinto toro. ¡Maravillosas! Atraían el corear de los espectadores desflecándose en las graderías y, también, las de las puertas de los cuarte­les, al caer la tarde con el oro triste del sol de las brujas. Todo tenía un sentido multánime como en días lu­minosos de la Hélade los tumultuosos ditirambos donde floreció el milagro de la Tragedia Griega. No hace mu­chos días quien fue pianista insigne, la señora doña María Santillana viu­da de Laña, me hizo escuchar una lindísima aprendida en día de corrida de gala; aquella con la letra de:

"Señora que estás sentada
en rico sillón de seda
mete la mano al bolsillo
y saca el portamoneda".

Para comprobar las mudanzas in­númeras de este baile venga a nos la compañía ilustre de don Ricardo Pal­ma en su tradición "Una moza de rompe y raja". El Miz-Miz, dice, era bailecito muy en boga en días de San Martín y trae la copla:

"Peste de pericotes
hay en tu cuarto
Deja la puerta abierta
yo seré el gato".

Y en "La Proeza de Benites" al de­cir se zamacuequeaba de lo lindo –la remembranza es de más de cien años pues se refiere a Salaverry- trae es­tos versos:

"Dale fuego a la lata
Reina de Lima
si no quieres que te eche
mi gato encima;
dale fuego a la lata
cogollo verde
y cuídate del perro
que el perro muerde..."

El baile era tan nuestro que cambiando la letra se aplicaba a todas las situaciones. Al denominarse la chile­na, tal vez después de la derrota de Santa Cruz, afirmándose más tarde por la alianza de 1865, tornó a popu­larizarse.

Muchos escritores desde el grave don Manuel de los Santos Pasapera, costumbrista con el seudónimo de Don Modesto, hasta el colombiano Adolfo Valdez, mencionan a los chileneros que de sábado a lunes -precursores del week end- se sacaban el diablo del cuerpo con el baile nacional.

Cuando vino la guerra y el alma peruana se expresó en cantares, quiso volver al genuino nombre de zama­cueca; pero un escritor criollísimo ilu­minado por genial ocurrencia, encontró el título la marinera y lo hizo en ho­nor de Grau y de los marinos perua­nos. Gamarra cuenta la historia en sus "Rasgos de Pluma":

"El baile popular de nuestro tiem­po se conoce con diferentes nombres: se le llama tondero, mozamala, resba­losa, baile de tierra, zanguaraña y hasta el año 1879 era más generaliza­do llamarlo chilena. Fuimos nosotros, dice, quienes una vez declarada la gue­rra entre el Perú y Chile creímos im­propio mantener en boca del pueblo en sus momentos de expansión semejante título, y, sin ningún acuerdo de Consejo de Ministros, resolvimos sus­tituir el nombre de chilena por el de marinera, tanto porque en aquel enton­ces la marina peruana llamaba la aten­ción del mundo entero y el pueblo se hallaba sumamente preocupado por las heroicidades del Huáscar, cuanto porque el balance, movimiento de po­pa, etc., de una nave gallarda, dice mucho del contoneo y lisura de quien sabe bailar, como se debe, el baile nacional". Y así nació el nombre.


Don Abelardo añade frases de re­cuerdo emocionado por Alvaradito, menudo, travieso, ocurrentísimo, cla­ro espejo de bohemios, de musa retozona como la de Soria, criollo has­ta la médula, quien compuso una be­lla canción, sobre cuyo tema, años después, una precoz y eximia pianista, hoy señora doña Rosa Mercedes Ayarza de Morales Solar, arregló la marinera del libro del costumbrista in­signe. El la llamaba la Decana, la decana de las marineras.


Este baile, en conclusión ha atraído a casticistas, criollistas, africanistas, clásicos, modernistas, viejos y nuevos, porque no sólo es la más genuina, la más entusiasta, la más colorida, la de más rico ritmo y melodía, sino por su lírico y épico fondo y su aliento co­ral, de gran valor estético, con calor de sangre y espiritualidad

Y, para terminar, voy a repetir unos versos anónimos, muy populares, aun­que atribuidos por algunos a Don Fer­nando Soria, el célebre cojo y gran improvisador, quien, ya madurito, es­tando de galante aventura con una mozuela retozona, atrevióse a bajar basta los Baños de Miraflores, dán­dolas de joven. Pero al regreso, -me lo ha contado Pancho Graña-, vióse en apuros y se acordó de una famosa marinera y le cambió la letra:

"...Qué subir para bajar
sirve de mayor tormento.

El cantó, entre dolido y sonriente:

". . .Qué bajar para subir
sirve de mayor tormento...

Dice la leyenda, como lo relato en "Una Lima que se va...", que inte­rrogado un gringo -siempre se metía a un gringo en estos trances crio­llos-, por la marinera dijo: ¿Cuál baile? ¿Ese de la pañuelita? No me gusta. ¡Insípida! Y le replicó, al tiro y sobre la marcha, el mozo repentis­ta, cunda, preguntón y faitoso:

¡Insípida! ¡Qué opinión!
Si Ud. mismo que critica,
hasta con los pies repica
si oye guitarra y cajón;
y cantar con voz ronquita,
de lo profundo del alma,
Palmero sube a la palma
y dile la palmerita...
Un Arzobispo, y no es cuento,
que por el Cercado viera
bailar una marinera,
gritaba: ¡Fuego violento,
fuego interior que encandila
y la mirada enardece,
cadera que miel destila
y en suave vaivén se mece!
¡Manos trémulas que estrujan
con febril gracia el pañuelo,
mientras los pies en el suelo
dibujan lo que dibujan...!
Como una dulce quimera
que en el placer se realiza,
copa, canto, baile, risa
¡Eso es una marinera...!

Lima, 1944
Marinera
Música de José G. Fernández y letra de Ruete García
En: Mundial, N° 470, año IX, 21 de junio de 1929, Lima


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Marinera limeña y Resbalosa (compilación)



Marineras de Lima, resbalosa y fuga
Conjunto Tradición Limeña







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