noviembre 30, 2008

Sergio Quijada Jara: Importancia de su obra



Fuente:
Kachkaniraqmi
Dirección: Rosina Valcárcel y Gerardo Ramos
Lima, II época, abril 1991, N° 5 pp. 61-67
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Sergio Quijada Jara y la cultura popular andina
Manuel Baquerizo



Acaba de fallecer Sergio Quijada Jara (1914-1990). En corto tiempo han dejado de existir también José Sabogal Wiesse (1923-1983), Jorge A Lira (1908-1984), Josafat Roel Pineda (1921-1987), Efraín Morote Best (1921-1989) y Emilio Mendizábal Losack, notables conservadores, estudiosos y divulgadores de la cultura popular andina. Nos queda de él una obra intelectual, valiosa que lo hace acreedor al reconocimiento y a la alabanza de todos nosotros. Por eso, el mejor homenaje que se le puede rendir hoy es releer, ordenar y evaluar todo lo que ha escrito, a lo largo de media centuria.

En Sergio Quijada Jara hay que admirar a uno de los primeros recopiladores de la cultura popular de nuestra región, siguiendo el noble ejemplo de Adolfo Vienrich; y también a uno de los iniciadores de la literatura narrativa. Tuvo el gran acierto de mostrar el paisaje y el entorno social, a través del relato y el cuento; y de recuperar la tradición nativa del pueblo, mediante la compilación de cuentos, leyendas, canciones y la descripción de las costumbres, como se puede ver en sus primeros libros.


I. La visión de la cultura popular en los años 30

Al realizar esa obra ha sido, por encima de todo, el conservador de la cultura popular. Describió, inventarió y documentó, con esmero y paciencia, las fiestas patronales, las danzas, los cantos, las adivinanzas, los dichos y las costumbres, es decir, todo aquello que permite conocer la vida íntima, las creencias y la manera de ver el mundo de los campesinos y aldeanos. Todo lo que, desde el siglo XIX, se denomina, con una expresión inglesa: Folklore.

El gran mérito de Quijada Jara es haber emprendido esta labor en forma aislada y casi intuitiva, sin plan preconcebido, ni formación metodológica, en una época en que todavía no existía clara conciencia sobre la importancia de la cultura popular. Por entonces, Federico Schwab empezaba a divulgar, en la revista Sphinx, el contenido y la historia del folklore (1). (Su preocupación por esta disciplina no estaba pues motivada por una incitación profesional o académica. Carecía, por lo mismo, de los instrumentos conceptuales y de las técnicas de investigación necesarias. Tampoco disponía del marco histórico que le permitiese ponderar el valor testimonial del ingente material de campo que iba recogiendo. Se dedicó a este menester por mera simpatía y por un romántico apego a todo lo nuestro. Hay que leer por eso sus primeros trabajos literarios para saber cómo se inicia esta vocación. Cuando ingresa a la Universidad, a mediados de la década del 30, advierte que la literatura y las artes plásticas estaban animadas de un hondo sentido indigenista. Esto le impulsaría a recopilar las canciones que había escuchado en su infancia y a describir las fiestas y costumbres de los pueblos del interior. Así nacen las Estampas huancavelicanas.

Por esa misma época, había surgido también en el Cusco la primera escuela de investigación folklórica, creada por Víctor Navarro del Águila (1909-1948), que luego vino a ser el semillero de grandes estudiosos de la cultura popular, como Efraín Morote Best, Gabriel Escobar, Andrés Alencastre, Josafat Roel Pineda y los hermanos Delgado Vivanco, entre otros más. Su vocero fue la revista Waman Puma (1941-1944). Morote Best le daría posteriormente a esta escuela un nuevo impulso, en los años del 50, con la publicación de la revista Tradición (1950-1958). Por su lado, José María Arguedas empezaba a recoger en Sicuani las canciones quechuas y a escribir sobre los ritos de la siembra y la cosecha, la feria y los carnavales, publicando sus artículos en La Prensa (1941-1944) de Buenos Aires. El Padre Jorge A. Lira hacía lo propio en la ciudad del Cusco. No faltaban, desde luego, otros cultores autodidactas, en Puno y Piura, por ejemplo.

El adelantado de estos trabajos fue, ciertamente, Adolfo Vienrich, quien publicó, en los primeros años del siglo, dos libritos hoy clásicos, en los cuales transcribía, por primera vez, fábulas y cantos de la zona. Vienrich debió ser, con toda seguridad, el lejano inspirador de Quijada Jara, y también de Pedro Monge, Dionisio R. Bernal, Emilio Barrantes y Emeterio Cisneros.

Desde mediados de la década del 30 la inquietud intelectual había vuelto a florecer en Huancayo. Dos revistas animaban el espacio cultural, enarbolando, respectivamente, las banderas del indigenismo (Verdad y esfuerzo, 1933-1935) y del mestizaje indo español (Altura, 1936-1937; ésta última, dirigida por José Varallanos). Desde el lado político, El indio y El Eco de los Andes, concurrían, en su turno, a enfervorizar el ánimo de los escritores noveles (2).



                        Las aves en la tradición popular                                      Cantuta/  Flor Nacional del Perú
         



II. Las fiestas patronales y las costumbres

La primera obra folklórica importante de Sergio Quijada Jara fue Estampas huancavelicanas, publicada en 1944. Con este libro (aún en embrión) había obtenido una Mención Honrosa, en los Juegos Florales, organizados por la Universidad de San Marcos, el año 1940. Este reconocimiento sería decisivo para que el autor continúe trabajando en el campo del folklore. En 1985 lo reeditó notablemente enriquecido.

Estampas es una magnífica colección de informaciones sobre las fiestas patronales, costumbres, leyendas, creencias, canciones, adivinanzas y relatos orales de Huancavelica. Quijada Jara cumple el papel de atento observador y minucioso copista: todo lo que escuchaba y veía, lo transcribía en forma literal y fidedigna. Con esta recopilación, el autor se proponía comprender el espíritu del campesino. "Por medio del folklore, que tiene la virtud de rastrear las entrañas mismas de la tierra y de su gente -dice- podemos aprender y enseñar, y, sobre todo, comprender a nuestros propios indígenas que son nuestra propia sangre" (p. 16). Se limitaba, por ello, a transcribir, sin juzgar o interpretar sus informaciones. Adoptaba siempre el punto de vista de terceras personas: "se cree", "se dice", "cuenta la tradición", etc.



1. Fiestas de origen hispánico


La primera parte del libro ofrece una reseña de las fiestas patronales de los pueblos de Huancavelica: las del Niño Callaocarpiño, del Niño Pije, del Niño Perdido, de la Navidad de San Sebastián, de la Semana Santa y de las Cruces, celebradas en la misma capital; y del señor de Acoria, Virgen de Lircay, Virgen de Izcuchaca, señor de Jechjamarca, etc. Lo que más llama la atención de estas descripciones es que se trata de cultos instituidos por los españoles, muchos de los cuales fueron reelaborados, adaptados, reinterpretados y refundidos por el pueblo andino y otras veces, simplemente yuxtapuestos. El origen de estos cultos lo explica el pueblo mediante leyendas que difieren unas de otras. Según estas versiones, las fiestas habrían sido promovidas no solamente por los sacerdotes sino también por los dueños de las minas, como en el caso del Niño Callaocarpiño, cuya imagen mandó esculpir el minero Manuel Cenzano. Pero, otro empresario más moderno no tuvo reparo en hacer demoler la capilla donde se guardaba la imagen. De acuerdo con la creencia popular, el Niño Callaocarpiño, junto con su negrito Jacobo Illanes o "Pucauchucha", hizo que el cerro de Santa Bárbara y sus adyacentes brinden las ingentes riquezas mineras que guardan en sus entrañas (p.20). San Roque, el patrón de Castrovirreyna, está igualmente relacionado con la minería; según la leyenda, es dueño de una rica mina de oro (p. 104).

Algunas ceremonias como la adoración de los Reyes Magos o la del Niño Oje, conservan todavía el antiguo libreto de su dramatización (que, muy bien, pudiera ser una reproducción de las Natividades de Juan de Encina o Gil Vicente), reescrito, claro está, una y otra vez, por los fieles. Lo mismo puede decirse de los villancicos, reinvenciones populares, desde su origen en la Europa medieval. Entre este abundante material sobre fiestas religiosas, el interesado podrá encontrar, de paso, elementos para explicar la historia de la región. La adoración del Niño Perdido, por ejemplo, es una representación simbólica del problema racial y social del negro. Cuenta la tradición que este Niño se habría desprendido de los brazos de la Virgen para dirigirse a una hacienda donde trabajaban esclavos de origen africano. La fiesta es, por eso, una exaltación étnica del negro, sobre todo, de sus bailes y canciones (pp.41-43).

La festividad de San Sebastián, la más celebrada en Huancavelica, no es más que la secular escenificación de las batallas de moros y cristianos, que se practica todavía en muchos lugares de México y Centro América. En esta danza los actores terminan, a veces, en una feroz pelea.

La fase más importante de todas estas celebraciones es, desde luego, la corrida de toros, que da lugar a una serie de ritos que duran dos y tres días (la recepción de los toros, el velakuy, el arreglo de las enjalmas y la corrida misma).

En algunos pueblos, como Caja Espíritu (prov. de Acobamba), la epifanía de la Navidad está fuertemente penetrada en el espíritu nativo. Las competencias entre los conjuntos de bailarines -el pascuachakuson, por ejemplo- no son sino una versión del atipanakuy prehispánico (p. 106). En estas fiestas, además, es frecuente escuchar hayllis, en vez de villancicos (3). También aquí tiene una presencia relevante el negro que, por intermedio del conjunto "los negritos" simula llegar de la costa, con su cargamento de vino y pisco. Su intervención destaca igualmente en la fiesta de Navidad de Acobamba. Un grupo de danzantes se disfraza de negro y actúa en forma jocosa y cómica. Lo que hace suponer que esta costumbre fue promovida por los comerciantes que ejercían el arrieraje entre la costa y la sierra o por los esclavos llevados a las minas (p. l17). La fiesta es una reconstrucción histórica y social de las formas de trabajo, practicadas en la época colonial, donde están presente "los caporales" (que, obviamente, personifican a los administradores del mismo nombre), "los chutos" (o sean, los campesinos) y los "negritos". Los mayordomos son, por cierto, los propietarios de las haciendas y de las minas (pp. 117-118).

La fiesta de las cruces es, evidentemente, de origen hispánico y católico. Sin embargo, en ella también puede verse la modificación que sufre la cultura dominante en contacto con la cultura subalterna. Los organizadores del culto (que, por lo general, son las familias más pudientes de la localidad) toman esta celebración como diversión y medio de obtener recursos económicos; en tanto que la masa campesina la asume con una veneración y "una abultada credulidad", según dice el autor, "con la seguridad de que ella representa el santo custodio de las buenas cosechas, la que calma las iras de los agentes de la naturaleza, la que defiende la salud y en la que el arriero deposita su confianza para que durante el viaje no tenga percances ni sea dura la fatiga; para que no le parta un rayo o no sea obstaculizado por los malos espíritus" (p.62). Este culto tiene un enorme arraigo en los países andinos, según lo registra el libro La cruz en América (194), de Adán Quiroga.

Respecto a esta misma devoción, Josafat Roel Pineda ha dejado valiosas transcripciones musicales de filiación netamente indígena.

Hay un caso muy singular en que el mismo culto es practicado en dos fechas diferentes y por dos grupos sociales opuestos. Es la fiesta de la Virgen Purísima que se celebra en Pampas. La misma imagen es venerada por los indios en diciembre y en enero por los notables. En aquella prevalecen los ritos andinos. En ésta, se reproduce la tradición hispánica feudal. Carvallo-Neto habría podido encontrar aquí un rico material para su estudio sobre las relaciones de castas y clases sociales en el folklore.

El carnaval es otra de las grandes fiestas que se celebra en la sierra y que ha arraigado profundamente en el mundo andino. Hasta ahora, nadie ha estudiado la forma cómo esta antiquísima costumbre (de origen románico y pre-románico), introducida por los españoles, durante la colonia, logró fundirse con las fiestas nativas. En muchos lugares del país, el carnaval está totalmente indigenizado, según puede verse en los estudios de Víctor Navarro Del Águila, Chalena Vásquez y Abilio Vergara, dedicados al carnaval andahuaylino y ayacuchano, respectivamente. Quijada Jara se ocupa de esta fiesta en varias estampas.

2. Informe y transcripción

Guando se inició el trabajo de recopilación y descripción de las fiestas y costumbres, en los años 40, solamente se pensaba en inventariar y registrar las expresiones culturales populares, más con un afán de conservación y documentación que de interpretación. No se intuía todavía, al menos entre nosotros, la posibilidad de utilizar este corpus etnográfico como medio de análisis y reconstrucción histórica y antropológica. Los trabajos de recolección estaban inspirados en las corrientes positivistas; por lo mismo, se limitaban a la mera transcripción de los eventos culturales. Sólo en los últimos tiempos empezó a aprovecharse este repositorio para explicar y entender el proceso social de los pueblos y para conocer sus sueños y aspiraciones. El material acumulado por Quijada Jara y otros estudiosos es, por eso, ahora invalorable.

Como otros, Sergio Quijada Jara, se limitó a recoger el acervo cultural andino, tal cual lo había escuchado de labios de sus informantes o lo había visto con sus propios ojos. No conoció el trabajo hermenéutico y filológico que venían realizando Vladimir Propp y Mimail Bajtin en la URSS, Antonio Gramsci en Italia; y, algunos años después, Carvallo-Neto en América. Al autor no le preocupaba explicar verbigracia, por qué los mayordomos de la fiesta de San Miguel del distrito de Moya tenían que disfrazarse de negros y ser acompañados de comparsas del mismo origen étnico (los huayrachicos y los maricas).

Lo mismo ocurre con la fiesta de la Virgen de Cocharcas, a la que le dedica un folleto aparte. Describe la festividad que se desarrolla en Sapallanga, el 8 de Setiembre. Pero no las que se ofician en Orcotunay Apata (en el mismo Valle del Mantaro) y en Andahuaylas e Iscuchaca, a fin de establecer comparativamente sus posibles relaciones. En cambio aporta un dato interesante. Señala que hasta mediados de los años 30 de este siglo, en la danza del Inca no figuraba el grupo de Pizarro ni la prisión del Inca Atahualpa. Estos episodios, dice, fueron incorporados en 1937 por iniciativa del prioste devoto don Ernesto Cárdenas. Lo que hace suponer que la fiesta de la Virgen de Cocharcas tendría una procedencia sureña. Los datos que ofrece sobre las leyendas del origen, milagros, danzas, letra de las canciones, vestimenta, etc., sugieren, en efecto, que la fiesta habría sido traída del Cusco o Andahuaylas. Una de las canciones que se entona el día central, dice así:

Cuzco llactanchicta muyurison.
Imallamanmi jamuranchic
suhua llajtanmanta
llapa jolljeta, joreta tucunampaj...
(p.21)


3. Lo nativo

El otro conjunto de estampas se refiere a las fiestas nativas, que se relacionan con el trabajo agrícola (la siembra, el cultivo y la cosecha de papa, maíz, cebada) y otros acontecimientos sociales: el huaylas, el atipanacuy, el yantay, el viga huantuy, la trilla y el gala. Es la sección que ofrece mayor interés para la explicación del mundo andino. Con estos cuadros se relacionan las estampas sobre costumbres familiares: ritos y ceremonias del matrimonio, pedida de mano, bautizo, muerte y entierro del niño.

Entre estas fiestas campesinas, la que más llamó la atención de Quijada Jara fue, sin duda, la del Santiago. A ella le consagra una sección de Estampas Huancavelicanas y una buena porción de las Canciones de ganado y pastores, y finalmente, un opúsculo, que se titula Taita Shanti (1974), donde reúne canciones y partituras sobre la fiesta mencionada. Santiago es la imagen que más difusión tuvo en América Hace ya muchos años, Rafael Heliodoro Valle, en un hermoso libro (Santiago en América, 1946), hizo el registro de las ciudades que llevan su nombre (más de 200); las iglesias que están bajo su advocación; las estatuas, cuadros, bajorrelieves y escudos existentes a lo largo del continente; y las leyendas, tradiciones y fiestas que están asociadas con su figura. Santiago fue el santo más propalado sobre todo en los primeros años de la Conquista. En El Quijote se afirma que es el patrón de España y su amparo "y así lo invocan, y llaman, como su defensor suyo en todas las batallan que acometen" (Segunda Parte, Cap. LXVIII) Con esa misma aura guerrera, la imagen pasó a tierras americanas. Pero, trocando su figura de Santiago Matamoros por la de Santiago Mataindios, como lo señalo Emilio Choy. Las fiestas dedicadas a este santo son incontables en diversas ciudades del Perú. Sin embargo, no todas las celebraciones tienen el mismo carácter. Así, en el Valle del Mantaro, es relevante la figura ecuestre del santo apóstol; pero no, en los pueblos de Huancavelica, donde bajo su advocación formal, en verdad, se rinde culto a las antiguas deidades pre-hispánicas (a esta fiesta se le denominaba antes, tinyanakuy"). Esto se deja notar muy bien en las estampas. La siguiente canción es una muestra del inequívoco rechazo que produce el apóstol:

Maytam kaytam
hamurqanki
taita Santiago
aqtanchikpi faltarqachu
tragumanta vinokama
tayta Santiago;
laqtanchikpi faltarqachu
cocamanta aqamanta
tayta Santiago.

Por qué has venido
señor Santiago,
en nuestro pueblo no ha faltado
desde aguardiente hasta vino
señor Santiago;
en nuestro pueblo no ha faltado
desde coca hasta chicha,
señor Santiago.
(p. 182-183)



III. El ritual de la coca


En 1950 Quijada Jara publicó un libro, La coca en las costumbres indígenas, donde describía, con encomiable detalle, los ritos nativos en los que la coca tiene un papel determinante. La obra apareció cuando estaban en plena boga las tesis abolicionistas de Gutiérrez Noriega y de las NN.UU. Empero, no tuvo la fuerza argumenta! suficiente para contrarrestar tan errónea como desafortunada campaña El trabajo apenas logró circular entre los folkloristas, como un dato empírico, pero no como un tema de estudio y reflexión. Era la época de funcionalismo, no lo olvidemos.

Con este libro, Sergio Quijada Jara se anticipó largamente en el descubrimiento del valor ritual, cultural y antropológico de la coca tema hoy bastante estudiado por los científicos sociales. Aleccionado por Estanislao López Gutiérrez -quien había observado, con mucha agudeza, en el alma de la comunidad el papel ritual de la coca-, el autor expone los empleos que tienen la llamada hoja sagrada en la vida cotidiana del campesino, Los cuales son incontables. Quijada se limita a dar algunas muestras, las suficientes para llegar al convencimiento de la entrañable función que poseía esta planta en el mundo andino.

El autor comienza mostrando la función de la coca en el trabajo. De acuerdo con su información, ella sirve de reconstituyente de las energías físicas perdidas, e incluso de sustituto del alimento -según creencia extendida. Pero, por encima de todo, dice, la coca es un medio de concertar las diversas relaciones de trabajo colectivo, como el ayni y la minka. Por otra parte, en las faenas difíciles y arriesgadas -digamos, abrir una zanja, para un cimiento o un canal, es necesario ofrendar antes a la tierra una hoja o un puñado de coca, afín de preservarse del daño. En el viaje, la coca ayuda a aliviar el cansancio y tamb5ién para adivinar la perspectiva feliz o adversa, y propiciar un viaje venturoso, mediante la paga (el jachulajay) a la montaña, a la cueva o al río. Muchos años después, Catherine A. Wagner ha hecho el análisis sistemático de estos mismos ritos (4).

El uso de la coca en la medicina popular, podría haber dado lugar a un inacabable repertorio de fórmulas, pero el autor se limita a reseñar algunos casos, acompañándolos de informes sobre investigaciones científicas que justifican esta práctica racional. Destaca asimismo la función de eje social que la coca tiene en los matrimonios, velorios y "lavatorios". Y el papel central que juega en la representación mágico-fiscalizadora en la fiesta del ganado, llamada quintuy coca, cuyo sentido profundo y milenario es propiciar la reproducción del ganado; y hacer el registro de los animales por parte del propietario, en su sentido más moderno.

Teniendo la coca tanta importancia en la vida social, obviamente debía ser motivo predilecto de la poesía y de las adivinanzas. En los capítulos respectivos Quijada Jara ofrece un conjunto de composiciones en versión original quechua y la traducción correspondiente al español, realizada por el mismo autor, con bastante libertad. En los textos incluidos, se advierte que algunos son de creación o de reelaboración última y que sus autores anónimos estuvieron ya muy influidos por la cultura dominante. Así lo revela la interferencia del léxico español, notoriamente profusa en algunas canciones. El mismo huayno "Coca quintucha", que, según el autor, "tiene paternidad de siglos" (p.49) delata que es de elaboración colonial o, tal vez, republicana. Sería, por eso, interesante, analizar en qué medida las composiciones citadas expresan el sentir originario del pueblo andino. Ya nos ha prevenido José María Arguedas que el "sentimiento cósmico de la soledad", por ejemplo -que aparece en algunos cantos quechuas, como el mencionado-, tiene data muy reciente y corresponde a los campesinos desarraigados de su medio. Pero, no es éste el lugar para ocupamos del asunto.

Quijada Jara dialogando con Mariano Inés Flores (c. 1947), cuya obra creadora reivindica
en El artífice de los mates burilados, inserto en su Estampas huancavelicanas



IV. La poesía oral

El mejor trabajo de Sergio Quijada Jara es, sin duda Canciones de ganado y pastores. Este libro fue editado en 1957, pero ya estaba concluido, cuando se efectúo el Primer Congreso Internacional de Peruanistas, en 1951. En esa oportunidad, Quijada Jara conoció a Paul Rivet, lo mismo que a Jesús Lara, Jorge A. Lira, Morote Best y otros investigadores del folklore que asistieron al Congreso. Es allí donde adquirió verdadera noción de la importancia del trabajo que venía realizando. Y fue entonces también que comprometió a Paul Rivet para que le sucediera el prólogo del libro.

Canciones de ganado y pastores es el más extraordinario trabajo de transcripción y recopilación de la literatura oral que se haya ejecutado en el país. Tiene un valor inmenso, no sólo para los estudios folklóricos sino también para la lingüística, equiparable a los cancioneros de Alfonso Carrizo y Carlos Vega. Desde los señeros ensayos de Vienrich no se había vuelto a efectuar una obra de esta naturaleza. Únicamente instituciones, como el Centro Bartolomé de las Casas o el Intituto de Pastoral Andina del Cusco -que cuentan con equipos de investigadores y gozan de financiación económica - han podido emprender recopilaciones más sistemáticas y rigurosas. Canciones... es obra de una sola persona; y un documento folklórico de primera mano, que tiene el valor de permitir el conocimiento "del alma india", como señala Pul Rivet (p. 11).

"En el transcurso de diez años -declara el autor- hemos ido recogiendo en forma paciente, de labios de los mismos paisanos" (p.28). En el "reconocimiento" cita en forma genérica los nombres de todas las personas que le sirvieron de informantes. En su mayoría, las canciones pertenecen a la provincia de Tayacaja, particularmente a los distritos y anexos de Pampas, Salccabamba, Salqawasi, Huachocolpa, Ñahuimpuquio y Acostambo. Sólo una pequeña parte corresponde al Valle del Mantaro.

El autor clasifica este material con un criterio taxonómico simple: canciones de animales (camélidos, vacunos, aves de insectos), canciones de plantas, canciones de amor y de dolor, y cantos de fiestas de Santiago. Estos últimos son generalmente de tono crítico y contestatario, si así puede decirse; léase si no estos ejemplos:

Señora patrona, maytaq chukuchay
señora patrona, maytaq zapatuy
orqopi paraptin purimullani
kichkata mituta sarukullaspay
(p.170)

Patronay, patronay
miserable patrona
lechillayki niptiypas
misiypaqui ninki
suerollayki niptiypas
allqoypaqui ninki
(p.174)

Filológicamente, lo más valioso del libro está en la transcripción de los cantos en su propia lengua. La cual es acompañada de la versión española, hecha por el autor, quien no siempre se ajusta fielmente a la materia: Quijada como Vienrich vacila muchas veces entre ofrecer una traducción puntual o una recreación que conserve, en lo posible, la calidad literaria de la canción. Desde el punto de vista documental, claro está, interesa más la primera; pero, artísticamente, preferimos la segunda. La muerte lo sorprendió al autor, cuando se encontraba revisando la traducción para unificarla bajo un solo criterio, con mirar a una nueva edición. Cabe ahora esperar que alguna entidad haga suyo el caro propósito de Quijada Jara de reeditar esta obra, hace tiempo agotada. Con toda seguridad, es la compilación más rica y apreciable de la literatura oral, transcrita y publicada a mediados de este siglo, tan importante como Azucenas quechuas. No en vano, la aprovechan ampliamente los antólogos de poesía quechua, muchas veces sin reconocer su deuda con el autor; lo utilizan Alejandro Romualdo, en Poesía aborigen y tradición popular (1984); Edmundo Bendezú, en Literatura quechua (1980), editada en la colección Ayacucho de Caracas; y Rodrigo Montoya en La sangre de los cerros (1987), entre otros más.

Este libro muestra la preferencia de Quijada Jara por las canciones y los poemas quechuas. En cambio, dedicó menos espacio al relato oral. En Estampas huancavelicanas solamente registra siete cuentos. A diferencia de Pedro Monge, que se especializó en la recopilación de narraciones orales de la región (Cf. Cuentos populares de Jauja, 19), Quijada Jara eligió la poesía y la descripción de las fiestas y costumbres, una suerte de tácita división del trabajo.

V. La flor de Cjantu

Otra de las grandes pasiones de Quijada Jara ha sido el estudio y la difusión del cjantu. Le ha consagrado un folleto, donde examina los antecedentes prehispánicos de esta flor: su uso como objeto mágico, elemento decorativo y emblema de la cultura andina. Al respecto, el Inca Garcilaso refiere en sus Comentarios Reales, que en la ciudad del Cusco había un andén, llamado Gantutpata, donde se cultivaba con esmero esta planta. "Llaman cántut -dice el Inca- a unas flores muy lindas, que semejan en parte a las clavellinas de España... Semejase el cántut, en rama, hoja y espinas a las cambroneras de andaluzia, son matas muy grandes, porque en aquel barrio las había grandísimas (que aún yo las alcancé)", agrega. Quijada Jara quiso que esta flor se instituyera como símbolo nacional, igual que se ha hecho en Bolivia. Gran devoto de la planta, se empeñó en propagarla con sus propias manos, en los parques, en las escuelas, en los recreos y hasta en las casas particulares.

Lo más hermoso del folleto, como es de imaginar, está representado por la colección de huaynos y canciones que tienen a esta flor por motivo. Citaremos, para terminar, algunos versos, cuya traducción al español difícilmente lograría acercarnos al original:

Cjantu, cjantu waytachallay
imajjenteraj
rapikita septirjorja
ima jjenteraj
umpaikita pallarjorja
Chaimanta punin
mañanan, waytankichu
sapay purini, sapay wajani
cjantu, cjantu. Waytachallai

(pp. 28-29)

El valioso trabajo de recopilación y transcripción de canciones orales y descripción de fiestas, realizado por Sergio Quijada Jara, fue de amplio reconocimiento en el Perú y el extranjero: lo demuestra el prólogo de Paul Rivet a Canciones de ganado y pastores y las menciones que aparecen en la bibliografía hispanoamericana (5).





Bandalinero (sic.). En: Estampas huancavelicanas (Lima, 1985, 2da. ed.)






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Bibliografía aproximada de Sergio Quijada Jara

1. Obras literarias
  • Suspiros del silencio, prólogo de Lucio Castro Pineda, Lima, 1939, 80 pp.
  • Reliquias de madre, prosa lírica, Lima, 1941, 28pp.
  • Deshojando la rosa (novela), "A tono de hermandad" de Julio Garrido
  • Malaver, Lima, 1941, 94 p.
  • Trilogía de adolescente, Pról. de Manuel J. Baquerizo, Huancayo 1989,108 pp. (Reedición de Suspiros del silencio, Reliquias de madre y Deshojando la rosa).
2. Obras del folklore
  • Estampas huancavelicanas. Temas folklóricos, Lima, 1944, 192 pp.; 2da. ed., corregida y aumentada: Lima, 1985, 320 pp.
  • Importancia y técnica del folklore y la contribución del indígena. Huancayo, 1946; 19 pp.
  • La tradicional fiesta de la Virgen de la Natividad de Cocharcas; Sapallanga, 1947, 24 pp.
  • La coca en las costumbres indígenas, Lima, 1950; 2da.ed., Lima, 1982, 88 pp.
  • Canciones de ganado y pastores. Pról. de Paul Rivet, Huancayo, 1957, 336 pp.
  • Kantuta, Flor nacional del Perú, Huancayo, 1959, 30pp.; 2da.ed: Ediciones Capulí, Lima, 1986, 34 pp.
  • Lenguaje del trago, Huancayo, 1965, 2da.ed: Huancayo, 1968, 3ra. ed: Huancayo, 1990.
  • Las aves en la tradición popular, Huancayo, 1970, 41 pp.
  • Taita Shanti, Editorial Sebastián Lorente, Huancayo, 1974, 62 pp.

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Notas
  1. Cf. "El concepto histórico sociológico del folklore", N° 2, nov.-dic., 1937; "La raíz romántica del folklore", N° 4-5. mar-jun. 1939; y, "El folklore, nuevo concepto de estudio en América y la necesidad de su orientación histórica", N° 6-7, jul-oct, 1939.
  2. En esos años aparecen algunos títulos significativos de Junín El alma de la comunidad (1938), de Estalislao López Gutiérrez; La tierra es el hombre (1942) y Los campesinos y otros condenados (1943) de Serafín Delmar; Trabajadores del campo (1938) y Lampadas de minero (1941) de Augusto Mateu Cueva; Cobre andino (1940) de Aníbal Cuadros; Cántaro (1944) de Antenor Samaniego y Cardiogramas (1946) de Clodoaldo Espinoza Bravo.
  3. Cf. Heraclio Vivanco Allende, 17 villancicos quechuas del folklore peruano, Lima, s/f, pp. 54-57.
  4. Muchos años después, Catherine A. Wagner ha hecho el análisis sistemático de estos mismos ritos. (Cf. "Coca y estructura cultural en los Andes Peruanos", (Allpanchis, núm. 9, 1976) y Baldomero Cáceres ha ofrecido un resumen del estado en cuestión, en Prejuicios y versión psiquiátrica del coqueo andino (1985).
  5. Cf. Félix Coluccio, Folkloristas e instituciones folklóricas del mundo, Buenos Aires, 1951, pp. 71-72; Paulo de Carvallo Neto, Historia del folklore iberoamericano, Santiago de Chile, 1969, passim.


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Video
Carnaval lirqueño (de Lircay)
Centro Cultural Estampas Huancavelicanas (2007)




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Enlaces

Sergio Quijada Jara en la galería de arte Yachay
Archivo Sergio Quijada Jara (FB)
Los pájaros en el folklore de la sierra central peruana - Sergio Quijada Jara




Actualización 12 dic. 2014:

Fotos de la exposición de homenaje por el centenario de Sergio Quijada Jara en el Museo de Artes y Tradiciones Populares del Instituto Riva Agüero  (ago-oct. 2014)



noviembre 22, 2008

Algunas fiestas afroperuanas del S. XIX

Atanasio Fuentes vivió la transición de los tiempos coloniales a los republicanos durante el siglo XIX. Médico, abogado, periodista, estadígrafo y costumbrista, participó de manera activa y prolífica (ejerció numerosos cargos públicos y publicó numerosas obras) en la tarea de pensar y proponer el nuevo país. Fuentes refleja el pensamiento predominante en la élite (aristocrático-burguesa) de la Lima de esos años; habiendo nacido en 1820, muy probablemente recibió una educación aún anclada en principios de raza y clase coloniales. Sobre este sustrato ideológico, acopló una visión de país inspirado en el modelo republicano europeo, que sólo sirvió para perpetuar privilegios (sobretodo comerciales) en la élite capitalina. En "Estadística general de Lima" de 1858, describe las siguientes fiestas y espectáculos (de origen europeo) de la ciudad: Corridas de Toros,Teatro, Peleas de gallos, Moros y cristianos, Diablos y gigantes, Juego de carnavales, Fiestas cívicas-fuegos artificiales, Procesiones, Títeres y volatines. De ellas, se transcriben las que eran practicadas íntegramente por población afroperuana, constatando que excepto la Danza de los Diablos, se han ido extinguiendo con el tiempo. Incluso, la danza del Son los Diablos estuvo a punto de quedar en el recuerdo, si no se hubiera hecho un trabajo consciente de recuperación y recreación desde fines de los 50 (a través de la Compañía Pacho Fierro que impulsó José Durand). A partir de la página 596, luego de invocar la abolición de estos espectáculos "por el decoro del país", Fuentes transcribe íntegramente dos textos del Mercurio Peruano de 1791. El primero forma parte de este post, el segundo, forma un post aparte de este blog, que va enlazado al final.
//marcela cornejo




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Fuente:
Estadística General de Lima
Manuel Atanasio Fuentes
Lima, Tip. Nacional de M.N. Corpancho, por J.H. del Campo, 1858, pp. 595-597
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Moros y cristianos

Vamos a hablar de unos odiosos y repugnantes espectáculos que, aunque reprobados por la civilización, existen todavía entre nosotros, con mengua de la moral y del orden público y con ofensa de la misma religión. La llamada danza de moros y cristianos tiene un objeto ostensiblemente religioso, pues con ellas se celebran las bajadas y posturas de las cruces de los cementerios de las parroquias en los meses de mayo. Fórmanse dos bandos, uno de moros y otro de cristianos, que sostienen una lucha hasta conseguir que triunfe la religión de los últimos, y hacer que los otros rindan veneración a la cruz. Para el efecto se levantan en las calles públicas dos altos tabladillos que representan los campos enemigos. Se envían de uno a otro embajadores que recitan relaciones disparatadas y en el lenguaje impropio e incorrecto de la plebe. Si se atiende a que los actores de la farsa son los negros aguadores, será fácil calcular el mérito de la declamación y de los recitados. Nada puede ser ciertamente, más desagradable, que ver una calle llena de plebe que se entrega con abuso al licor para lanzar, en presencia de todo el mundo y sin menor respeto social, las palabras más soeces y atrevidas; ocupadas las veredas de escaños, mesas y mostradores, para proporcionar asientos altos a los concurrentes; las figuras ridículas de esos reyes negros parodiando a los hijos de Granada, la multitud de vendedores de licor y de buñuelos que llenan el tránsito de fogones para infestar el aire con el humo, y sin embargo, esa diversión abolida por los esfuerzos del General Suárez en los tiempos que desempeñó la Intendencia de Policía, ha renacido el año pasado, y lo que es peor, a pesar de la prohibición de la Municipalidad, empeñada como es natural, en extirpar una costumbre perniciosa, y con la cual so pretexto de solemnizar un acto religioso, aparecemos ante el mundo civilizado como un pueblo salvaje y supersticioso


Diablos y gigantes

No es menos vituperable y ofensiva a la moral pública, la danza titulada de diablos, que suele hacer compañía a algunas procesiones; ella fue introducida por los negros bozales y después continuada por los criollos. Adórnanse los hombres con vestidos extravagantes, cubriéndose el rostro con máscaras que figuran caras de diablos ó de animales; otros acompañantes van tocando arpas, guitarras y violines, y otros haciendo grande estrépito con mandíbulas de burro y con unas cajas cuyas tapas golpean con furor. Forma esa música un estruendo desagradable, y el son de ella es seguido con un baile de los diablos que consiste en movimientos obscenos acompañados de gesticulaciones salvajes. Tan horrible cortejo sigue a las procesiones y por tres ó cuatro días después de ellas, recorren las calles esas bandas verdaderamente diabólicas, compuestas de aguadores y sirvientes que abandonan totalmente sus deberes, para entregarse al vicio y la licenciosidad.

Gigantes y Papahuevos en carnavales -Pancho Fierro

Sirven igualmente de acompañamiento a las procesiones de Cuasimodo, los titulados gigantes, figuras colosales de madera dentro de las cuales va un hombre que las carga. La tropa de gigantes es altamente ridícula y mucho más repugnante cuanto que se cree rendir culto a la divinidad con mojigangas que se toman de pretexto para el desenfreno y la crápula.

Por respeto a la religión misma, por decoro del país, por honor de lo gobiernos, deberían abolirse del todo esos espectáculos. El pueblo no puede civilizarse ni moralizarse mientras se fomenten sus malos instintos y se respeten costumbres nacidas en los tiempos de la barbarie. Hemos dicho que la danza de diablos fue introducida por los negros bozales y creemos que se leerá con interés la relación de las fiestas y ceremonias que éstos tenían hasta una época bien reciente, y que sacamos del Mercurio Peruano del año 1791:

Las castas principales de los negros que nos sirven son diez: la de los Terranovos, Lucumés, Mandingas, Cambundas, Carabalíes, Cangues, Chalas, Huarochiríes, Congos y Misangas. Sus nombres no son todos derivados precisamente del país originario de cada casta: hay algunos arbitrarios, como el de Huarochiríes, y otros que les vienen por el paraje de sus primeros desembarques, como el de Terranovos.

Todas estas castas están sujetas a dos caporales mayores que ellos mismos eligen, los cuales se mantienen en el goce del empleo hasta que mueren. La elección se hace en la capilla de Nuestra Señora del Rosario, fundada y costeada por las naciones en el convento grande de Santo Domingo. Los vocales que entran a la votación son los negros capataces y veinticuatros (los llamaríamos Senadores si no temiésemos profanar este nombre) de cada nación: quienes a presencia del padre capellán de su cofradía hacen la elección, y siempre procuran nombrar aquellos sujetos más antiguos y descendientes de los fundadores. El nombre del electo se sienta en el libro que a este fin tienen, sin que a este acto concurra ni influya la real justicia.

Las mismas formalidades se observan cuando se nombra un caporal subalterno para cada nación parcialmente, ó alguno de los hermanos veinticuatros, pero éstos para ser admitidos contribuyen, el caporal con diez pesos y el hermano con doce. Este dinero se invierte por mitad entre el culto de Nuestra Señora y el refresco que se sirve al común de electores, cuyas determinaciones se asientan en el libro insinuado.

Estas dignidades acarrean al que las posee mucha consideración por parte de los de su tribu; pero en lo demás de su esclavitud y servicios son absolutamente inútiles, no proporcionándoles alivio alguno. Es cosa digna de risa o más bien de compasión, ver al soberano de una nación africana ir a segar yerba con sus súbditos a las dos ó tres de la mañana, y tal vez recibir de manos de ellos, los azotes que el mayordomo les fulmina [sic.]. Uno de nosotros preguntó hace días ¿quién era un negro que se hallaba de cabeza en el cepo en la chacra de ***? No pudo reprimir las lágrimas cuando le respondieron "este es el rey de los Congos". Un nombre augusto, a quien hemos aprendido a venerar desde la cuna, excita el respeto, y un obsequio casi sagrado, aún cuando se haya colocado por ironía o por abuso.

Todas las insinuadas naciones fomentan el culto de Nuestra Señora del Rosario, mediante la contribución anual de medio real cada individuo, la que verifican el domingo después del Corpus en una mesa que ponen en la plazuela de Santo Domingo, sin que haya tradición de que se excedan en oblar mayor cantidad. Con el monto total de lo que se recoge, se costea la fiesta que cada año se hace a la indicada imagen y se sufraga lo demás necesario para su culto.

La función de finados tiene los mismos recursos. Cada casa cofradía exhibe seis reales y con ellos se costean las misas y responsos. Los caporales mayores perciben el sobrante cuando lo hay, y lo invierten entre los demás caporales subalternos y hermanos, quienes están subordinados en todo a las determinaciones de dichos mayores.

En tiempos pasados, los Terranovos y Lucumés se dedicaron al culto de la imagen de San Salvador en el convento grande de Nuestra Señora de las Mercedes. En el día tienen esta devoción los negros Congos, cuya cofradía está situada en el platanar de San Francisco de Paula, con el único arbitrio de la limosna que entre ellos mismos, voluntariamente se recoge. Los Mandingas tenían así mismo, una hermandad en la iglesia del convento grande de San Francisco dedicada a la Virgen bajo la advocación de Nuestra Señora de Los Reyes; hoy en día se halla arruinada y en el mismo estado paran las demás cofradías que hubo en las iglesias de San Sebastián, Monserrat, Baratillo y en otra pequeña al bajar el puente. Los negros y mulatos carretoneros tienen una hermandad en San Agustín para el culto de San Nicolás. La mayor parte de éstos son criollos, elijen su mayordomo con intervención de la Real Justicia, aunque no tienen más fondo para su subsistencia, que las contribuciones gratuitas de los mismos cofrades.

La fiesta en que más se esmeran para salir con lucimiento es el Domingo de la infraoctava de Corpus. Todas las tribus se juntan para la procesión que aquel día sale del convento grande de Santo Domingo. Cada una lleva su bandera y quita-sol bajo del cual va el Rey o la Reyna, con cetro en la derecha y bastón o algún instrumento en la izquierda. Los acompañan todos los demás de la nación con unos instrumentos estrepitosos, los más de un ruido muy desagradable. Los súbditos de la comitiva que precede a los reyes van a porfía en revestirse de trajes horribles. Algunos se disfrazan de diablos ó de emplumados, otros imitan a los osos con pieles sobrepuestas, otros representan unos monstruos con cuernos, plumas de gavilanes, garras de leones, colas de serpientes. Todos van armados con arcos, flechas, garrotes y escudos, se tiñen las caras de colorado ó azul según el uso de sus países, y acompañan a la procesión con unos alaridos y ademanes tan atroces como si efectivamente atacasen al enemigo. La seriedad y feroz entusiasmo con que representan todas esas escenas nos dan una idea de la barbaridad con que harán sus acometidas marciales. Esta decoración que sería agradable en una máscara de carnaval, parece indecente en una función eclesiástica, y más en una procesión en que el menor objeto impertinente profana la dignidad del acto sagrado y disipa la devoción de los concurrentes. Puede que nuestros hijos vean la reforma de estos abusos de igual naturaleza, cuya extirpación deseamos desde ahora. A buena cuenta la superioridad ha impedido que los negros lleven y disparen armas de fuego en el discurso de la procesión, como lo hacían ante
s.

Sigue:
Cofradías de "negros bozales" en la Colonia

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Enlaces:

Son de los Diablos
"La música negra que yo conocí" - Alicia Maguiña
Aletazos del Murciélago
Estadística General de Lima
Doce pares de Francia en el ande peruano
Textos sobres gigantes y papahuevos en las fiestas españolas


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noviembre 09, 2008

Rescate de la música tradicional de Puno



Fuente:
Semanario Variedades (El Peruano)
Lima, 13 de oct. 2008, N° 91, año 100, 3ra Etapa, pp. 22-23
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Virgilio Palacios Ortega
El quijote de la música puneña

Ha dado medio siglo de su vida para recuperar las melodías tradicionales puneñas. Fruto de ello son sus dos volúmenes del catálogo de la música tradicional de Puno, con casi dos mil melodías

Escribe: José Vadillo Vila
Foto: Carolina Urra





Mil novecientas cuarenta y un melodías, exactamente, recopiladas en medio siglo de andar por pueblos, comunidades, marcando el calendario de fiestas patronales por todo Puno. "Y hay muchas melodías más", cuenta el musicólogo Virgilio Palacios Ortega, como invitando a seguir su trabajo. Empezó su labor en 1950. Lo recuerda. Era la primera vez que retornaba a su tierra, después de estudiar en la capital. Por entonces, ya trabajaba como ingeniero de minas.

De ahí en adelante, cada regreso a Puno, año a año, sería para él un incesante descubrir musical. Primero anotaba con paciencia en pentagramas las melodías que iba escuchando, mientras los otros se dedicaban a jaranear. Cuando aparecieron las primeras grabadoras, adquirió una y empezó a registrar para luego transcribirlas en el pentagrama. Se hizo una labor más exacta. "Esto tienes que publicarlo, ¡es una cosa monumental!", le recomendó el compositor y su paisano Edgar Valcárcel, cuando vio el trabajo musicológico que Virgilio Palacios había hecho por décadas y en silencio. Y ambos editaron en 1987 la Antología de la música puneña.

Esta vez, tras seis años de espera, el Fondo [Editorial] del Congreso de la República finalmente ha publicado el primer volumen del Catálogo de la música tradicional de Puno (2008) y en estos meses se espera la aparición del segundo volumen [de esta gran obra] en que está todo el trabajo de Palacios.

Se trata de un universo de melodías tradicionales, que en su mayoría carecen de nombres propios. "(Las canciones tradicionales) crecen como el ichu, es cierto, pero pertenecen a alguna danza", dice el musicólogo de 80 años de edad.

Las melodías

Las 1,941 melodías pertenecen a unas 212 danzas tradicionales. De éstas, ya 141 se han perdido o están en proceso de perderse. "Por ahí todavía existen danzas que no he podido recopilar, porque no he podido ir a muchos lugares alejados", explica con pena el violinista egresado del Conservatorio Nacional de Música.

En su quijotesco trabajo no hay espacio para ritmos mestizos ni instrumentos importados. "Las melodías provienen de danzas que se acompañan con instrumentos nativos (siku, pinquillos, tarkas, quenas) y los trajes son los que se usan en faena o fiesta, sin los adornos que llegaron después".

En algunos casos, el único instrumento de cuerdas que se utiliza para acompañar es el charango: un instrumento híbrido, un cordófono incorporado a la música tradicional. Don Virgilio recuerda que a lo largo de los años, muchas de estas danzas han sido grabadas por los conjuntos tradicionales o las estudiantinas mestizas (con base en mandolina, guitarra, contrabajo, acordeón y violín) para llevarlas al teatro y presentar un trabajo más elaborado, con armonías y arreglos.

El musicólogo estuvo en Bolivia a mediados de los años sesenta, llevando a conocer parte del arte del sur del Perú, algo que fue muy comentado en su momento por José María Arguedas, y recorrió las provincias de Puno, Arequipa, Tacna y Moquegua.

Luego, cuando fue director del centro musical Theodoro Valcárcel, llevó un elenco a México para presentarse en el teatro de Bellas Artes del DF charro. ¿Bolivia nos lleva la delantera de la recopilación de esta música?, preguntamos. "Estamos llenando un vacío. Bolivia, cuya música nacional es el huaino, ha avanzado bastante en cuanto a documentación, estudio musicológico y análisis, que aquí en el Perú no se ha hecho. Ellos tienen instituciones dedicadas a estos estudios. Ahora ellos han tecnificado bastante su música, sobre todo, utilizando instrumentos importados y hacen danzas muy bonitas. Nosotros también las estamos haciendo".

A Palacios no le desvela que haya melodías apropiadas por los bolivianos ni viceversa, sino que el Altiplano fue sólo una región, el Collasuyo, en tiempos de los incas, que luego devino en Charcas durante la Colonia, y ya los cronistas lo nombraban como una zona de muchas danzas, y recién Bolívar se creó un país con el nombre del libertador, dividiendo una zona que geográfica, étnica y culturalmente "sienten lo mismo".

"El rescate de la música puneña tiene pocos especialistas dedicados a él", dice con pena, don Virgilio. El maestro Edgar Valcárcel, por ejemplo, toma los motivos puneños, les da ese ropaje armónico y lo da a conocer al mundo. Es algo que en su momento hicieron también los maestros Theodoro Valcárcel y Jorge Huirse.

Él dice que su catálogo está dirigido a los estudiosos del folclor nacional, pero también a los compositores de "alto nivel", con alta formación académica, para que tomen los motivos tradicionales y los transformen en algo novedoso. ¿Tiene algunos continuadores en su labor de recopilador? Lo piensa por un momento y dice: "Están surgiendo algunos, pero, sobre todo, vemos que en Puno están creándose escuelas de música, especialmente en los vientos, y ya no se trae como antes bandas desde Bolivia, más bien, ahora exportamos bandas y de muy buena calidad.

Don Virgilio va a presentar sus libros en la Universidad Nacional del Altiplano. No es el único viaje que hará a su tierra. En sus vacaciones como profesor del método Susuki para niños, continúa retornando a Puno, buscando más melodías, que es la memoria sonora de su pueblo.

"La música del Altiplano, y en general la andina, es hermosa pero está olvidada. Hay hermosa música en todo el país, aunque debe estudiarse seria, científica, técnica y musicológicamente"


Apuntes

- Palacios prepara un catálogo de la música mestiza puneña, de diversos ritmos, con instrumentos de cuerda o instrumentos de viento de las bandas.
- El segundo tomo del Catálogo de la música puneña saldría alrededor del 4 en noviembre, aniversario de la fundación de Puno.
- Más de 900 melodías contiene el primer volumen de su catálogo: sikumorenos, k'ajelos, sikus, de las zonas de Yunguyo, Huancané, Taquile, entre otros.


Charanguista de Juli (Puno, con charango -(1940's o 50's) - fotógrafo: Abraham Guillén
(archivo del Museo Nacional de la Cultura Peruana)
Audio







1. Puka Llajitita (Este tema está en un CD titulado "Homenaje a Juliaca, tierra de los vientos", que he tomado de internet, lamentablemente no se ofrece información del cantante o grupo)
2. Rosita clavelina - Dúo Aswan Qhari: Teófilo Cárdenas y Elsa Escalante (1969) En ambos casos se puede escuchar una particular forma de rasgar el charango 

Puka Llajitita
[letra proveniente del libro Así canta Puno, de Raúl Castillo Gamarra [Arequipa, c. 1988])

Lampa llaqtitay, puka llaqtita 
Lampa llaqtitay, sumac llaqtita 
imaraycu yanayashanki 
hayk'arayku qonqasqa kanki 
Sut'is ñoqa yanayayman 
sut'is ñoqa qonqasqa kayman 
watan watan llakiywan 
purispa kimsa tawa munaqniyoq 
Cebollitay chupasapa (bis) 
anda chola huaynasapa (bis) 
Chachacumay, chachacuma (bis) 
yachakuway nirqaykichus (bis) 
Perdigones, perdigones (bis) 
qanwan kaspas perdikuni (bis) 
Alfajores, alfajores (bis) 
qanmantapis aswan mejores (bis) 
Wicuñitay, wicuñita (bis) 
wihch'uykitaq pallaykitaq (bis) 
Mariposay, mariposa (bis) 
ñoqa pusaq faltanqachus (bis) 
Puka phuskay, puka phuska (bis) 
pillamanpis qokapushay (bis) 
Iruy ichu, iruy ichu (bis) 
en tu cara te lo he dicho (bis) 
Panteoncito pukacocha justo 
cabalchos kashanki 
tata mamayta mullp'uspa 
warmayanayta phanpaspa (bis) 



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Enlaces

Kajelo: el mundo del K'arabotas Música de Moho (Centro Musical Moho)
Música de algunos centros musicales y estudiantinas
Música de Puno
Música de Puno - selección
Catálogo de la música tradicional puneña


noviembre 03, 2008

El mítico país de los Incas en la ópera europea



Mítico, en el sentido de algo hecho de leyendas tendientes a la idealización. Los Incas, eran unos "otros" tan lejanos como fascinantes de los cuales se sabía, gracias a Garcilaso de la Vega (más literato que historiador), que habían sido capaces de forjar un Estado de bienestar ideal, casi utópico. El siglo XVIII fue el Siglo de las Luces y la Ilustración; en consonancia, la sociedad francesa culta (aristocrática o burguesa), necesitaba expandir su conocimiento y visión del mundo periférico, integrado al logos europeo con la Conquista. Durante los siglos XVI y XVII todo europeo no español estaba prohibido de ingresar libremente a las colonias hispanoamericanas hasta que en el siglo XVIII -cuando la casa de Borbón desplaza a la casa de los Austria e instaura una serie de reformas bajo un régimen de despotismo ilustrado- comienzan a darse algunas autorizaciones a misiones científicas francesas (Feuillé, Frezier y La Condamine principalmente). El científico francés, en concepto de Déborah Poole ("Visión, raza y modernidad. Una economía visual del mundo andino de imágenes", 2000) encarnaba el cuerpo social de la naciente nación francesa en tierras que hasta entonces desconocían de primera mano, y es el que comienza a aportar los elementos para construir la imagen subjetiva (y no precisamente ingenua) de ese "otro" tan lejano. Para sustentar su avance geopolítico y económico sobre Hispanoamérica, Francia e Inglaterra se propusieron desacreditar moralmente la conquista española a través de la famosa "leyenda negra", idealizando a las civilizaciones conquistadas y sojuzgadas hasta entonces. Las más emblemáticas, naturalmente, fueron la de los incas y la de los aztecas. Cuando se disipa la turbulenta época de la revolución francesa, y las colonias hispanoamericanas se independizan formalmente de España (década de 1820), comienzan a venir viajeros europeos nuevamente, y con más libertad, siendo franceses, británicos y alemanes los más numerosos. El contexto es otro, el perfil de los viajeros es más diverso (no sólo son funcionarios de su gobierno, sino científicos, o simplemente viajeros suficientemente solventes para costear tan desafiante aventura, autodidactas con sed de mundo), el objetivo colonialista de la expansión económica es el mismo, pero la idealización se acaba. Con distinto tono, desde la franca simpatía a la crítica sin concesiones, y según los lugares donde estuvieron, los viajeros europeos emitieron juicios sobre nuestra sociedad (Lima en particular, como capital del país) que en general, más allá de lo etnocéntricos y subjetivos que puedan ser, resultan vigentes de cara a las reflexiones de hoy.
// marcela cornejo


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Fuente:
"El Dominical" de El Comercio
Lima, 2 de noviembre de 2008, año 55, N° 32, p. 10

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Perú lírico: Incas y mestizos en la ópera
Hernando Torres-Fernández


Una romántica versión de nuestro país viven las óperas de compositores como Rameau, Offenbach y Verdi gracias a historias de incas, romances virreinales y mestizos.




afiche de "Les indes galantes" de Rameau y Fuzelier, compuesta en 1735 (en: Visión, raza y modernidad. Una economía visual del mundo andino de imágenes" - Deborah Poole, 2000, p. 53)


Hay dos tipos de referencias al Perú en la ópera. Por un lado están las obras que tienen al Perú o a su historia como escenario y aquellas que, si bien se desarrollan en Europa, tienen como protagonistas a personajes peruanos. Están, además, aquellas óperas en las que se hace solamente una breve o anecdótica mención -siempre favorable- a nuestro país.

La primera gran ópera con un acto completo dedicado a nuestro país (el segundo, titulado "Los incas del Perú") es la que hizo el compositor francés Jean Philippe Rameau en 1735 llamada "Las indias galantes". Es en realidad una ópera-ballet en cuatro partes que transporta sucesivamente a los espectadores a Turquía, Perú, Persia y América del Norte.

El acto dedicado a los incas, que ciertamente no tiene ninguna reminiscencia de música peruana, se inspiró en la literatura de viajes e historias, muy popular en aquella época. Dura casi 40 minutos y trata de una historia de amor entre un conquistador y una princesa inca, idilio al que se opone el gran sacerdote Huáscar, que fallece en un terremoto, pues nuestro país ya era conocido por sus fuertes movimientos telúricos.

Destacan el aria de Huáscar y el coro de ñustas interpretando un himno de adoración al sol -"Brillant soleil"- y otro coro que anuncia el sismo titulado "Dentro de los abismos de la tierra". El aria final del sacerdote Huáscar se denomina "La flamme se rallume encoré" ("El fuego se reaviva") que termina con su muerte al caerle una enorme piedra encima. El año 2004 la Ópera Nacional de París puso en escena una exitosa versión cuyos extractos pueden verse en You Tube.

Giuseppe Verdi compuso en su juventud la ópera "Alzira", cuya trama se desarrolla en la Lima del siglo XVI. El libreto de Salvatore Cammarano -libretista de varias óperas de Donizzetti- está basado en una historia escrita nada menos que por el gran Voltaire, en 1736, llamada "Alzira o los americanos". Se trata de una tragedia lírica en tres actos sobre un triángulo amoroso entre Alzira, hija del cacique Ataliba, Zamoro, joven cacique enamorado de Alzira -amor que esta corresponde- y Gusmano, el nuevo gobernador español que desea casarse con la protagonista por razones políticas. La ópera, después de una serie de hechos violentos, tiene un final feliz pues Alzira y Zamoro terminan uniéndose en matrimonio.

"Alzira" fue estrenada en 1845 en el teatro San Carlos de Nápoles con éxito moderado. Para varios críticos y especialistas de hoy, el propio Verdi y la gente de su época fueron injustos al no valorar las cualidades de esta obra. No está, ciertamente, entre las más famosas y representadas de las 27 que compuso Verdi, pero tiene partes sin duda emocionantes y admirables. "Alzira" fue interpretada en Lima en el 2001 en versión de concierto, gracias a Prolírica y a su fundador, el maestro Luis Alva.

No fue esta la única relación de Giuseppe Verdi con el Perú. Casi veinte años después, en 1862, estrenaría "La fuerza del destino" en el Teatro Imperial de San Petersburgo, ópera basada en la obra de teatro "Don Álvaro o la fuerza del sino" del dramaturgo español Ángel Saavedra, Duque de Rivas. La ópera es un melodrama en cuatro actos con libreto de Francesco María Piave. Verdi hizo en 1869 una segunda versión que se presentó en el Teatro alla Scala de Milán y que es la que se conoce hoy en día. El libretista que lo ayudó a realizar esta versión fue Antonio Ghislanzoni, el mismo que escribió "Aída" y, coincidentemente, la ópera "Atahualpa" de Carlo Enrico Pasta, compositor milanés que vivió largo tiempo en nuestro país.

El personaje principal de "La forza del destino" es nada menos que un peruano, Don Álvaro, descrito como "peruviano discendente da una stirpe reale perseguitata dai dominatori spagnoli" ("peruano descendiente de una estirpe real perseguida por los dominadores españoles").

No voy a relatar la trama de esta ópera de música realmente conmovedora; solamente mencionaré que se trata de una verdadera tragedia amorosa en la que mueren asesinados los principales personajes: la amada de Don Álvaro, Leonora, a manos de su vengativo hermano Don Carlos, herido poco antes y letalmente en un duelo por Álvaro; y el Marqués de Calatrava, padre de Leonora y Carlos, también a manos de Álvaro pero accidentalmente, -al principio de la ópera- provocando que aquel lance antes de morir una maldición contra su hija, cuyos amores desaprobaba. En la primera versión de la ópera, Álvaro, al contemplar la muerte de su amada, se lanzaba por un precipicio, maldiciendo el destino.

La obertura de "La forza" es una de las más interpretadas en el mundo y anuncia de manera inconfundible la tragedia y también la pasión de los que se aman. Una de las principales arias de Don Álvaro se titula "La vita e inferno all'infelice" en la cual lamenta su triste suerte. El texto castellano es el siguiente: "La vida es un infierno para el infeliz... / ¡En vano deseo la muerte! / ¡Sevilla! / ¡Leonora! / ¡Qué recuerdos! / ¡Oh noche que me quitaste toda la dicha! / Seré eternamente desgraciado, está escrito. / Del yugo extranjero, quiso mi padre / liberar a su tierra natal / y, uniéndose / a la última de los incas, / confió en ceñirse la corona. / ¡Vano intento! / ¡Nací en una cárcel; / el desierto me educó; / vivo porque se desconoce / mi real estirpe! / ¡Mis padres soñaban con un trono / y los despertó el hacha! / ¿Cuándo acabarán / mis desventuras?"

Un año antes de la segunda versión de "La forza", en 1868, Jacques Offenbach estrenaba una opereta en dos actos: "La Perricholi", pronunciada por los franceses como "la Perichole", basada en la comedia que en 1830 escribió Próspero Merimée titulada "La carroza del santo sacramento", obra sobre el poder político y religioso, ambientada en la Lima del siglo XVII e inspirada en la relación del virrey Amat con Micaela Villegas, actriz y cantante de entonces, sobre la cual Ricardo Palma escribiría una de sus célebres tradiciones. Es una auténtica pequeña ópera bufa -muy popular en los teatros franceses y europeos- con una serie de enredos en los que intervienen los mencionados personajes con los nombres alterados.

En cuanto a las referencias anecdóticas al Perú, hay tres en igual número de óperas importantes, dos de las cuales se representan continuamente en los principales teatros del mundo: "El viaje a Reims", de Rossini; "Cosí fan tutte", de Mozart; y "Madame Butterfly" de Puccini.

En Italia, desde el siglo XVII hasta nuestros días se dice, para referirse a algo valioso: "¡Vale un Perú!". Y esto es lo que exactamente le dicen en la ópera "Cosí fan tutte" al médico que cura a dos de los protagonistas, Ferrando y Guglielmo y, en "Madame Butterfly" de Giacomo Puccini -que apreciaremos en Lima en estos días- a Pinkerton.

Finalmente, en "El viaje a Reims" de Gioachino Rossini, el personaje Don Profondo interpreta un aria titulada Medaglie incomparabili (Medallas incomparables) en la que parodia -incluyendo los acentos- a varios de los personajes, ridiculizando el discurso habitual de cada uno de acuerdo con su nacionalidad. Cuando le toca el turno al español, la enumeración de blasones y viejas glorias se ve coronada con dos perlas del Perú, grandes como nueces: "E, grosse come noci, / ¡sei perle del Perú!".


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Video

Aria "Oh, quel diner", de "La Perichole" de Jacques Offenbach
Teresa Berganza - mezzo soprano española





Des Indes Galantes - Rondó
(en versión concierto)

Jean-Philippe Rameau
Cantan: Magali Léger y Laurent Naouri
Musiciens du Louvres bajo la dirección de Marc Minkowski




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Enlaces